Este cuento ¿ha acabado?
Como si faltaran ingredientes a los complejos problemas estructurales que el país vive, cada vez que se llega a una solución que permite albergar esperanzas en que nos encaminamos a una solución pacífica de nuestras divergencias, aparecen nuevos factores que vuelven a atizar el fuego del enfrentamiento, pues no se trata, de ninguna manera, de síntomas tranquilizadores.
Son los momentos en que siento ganas inmensas de apagar el computador, cerrar las cortinas de mi vivienda sede de cuarentena, e ingresar en una terapia del sueño hasta enero del próximo año.
Los nuevos ingredientes a los que me refiero son la aparición de figuras como Rómulo Calvo, en Santa Cruz, y Felipe Quispe, en La Paz, con discursos incendiarios en circunstancias en que parecía que el país finalmente se encaminaba al 18 de octubre para elegir a nuestras nuevas autoridades nacionales.
Hay que reconocer que no ha sido fácil recuperar los mínimos niveles de pacificación luego de la demencial movilización de sectores afines al MAS y al expresidente fugado. La labor de filigrana cumplida por los vocales del Tribunal Supremo Electoral (TSE), especialmente por su presidente, Salvador Romero, hizo posible que se encuentre una salida, de la que, con demasiado descaro, ahora se quieren adueñar personajes que hicieron todo lo posible por boicotear ese trabajo.
En ese frágil escenario, irrumpen, en La Paz, Felipe Quispe tratando de apoderarse de la movilización masita con actitudes guerreras, y, en Santa Cruz, el presidente del comité cívico de ese departamento, Rómulo Calvo, convocando a marchar a sus seguidores para levantar los bloqueos aún sostenidos en esa región, luego de estremecedoras imágenes en la que mutuamente se bendecían como soldados de Cristo.
La gran diferencia es que el país conoce la actitud de Quispe desde las últimas décadas del siglo pasado, y sabe de sus alcances y limitaciones. En cambio, Calvo intenta aparecer como dirigente cívico cuando, en los hechos, pone a la organización que preside al servicio de una determinada candidatura que no tiene mayores chances en las elecciones de octubre, por lo que está movilizado para que se las anule. Así, enarbola un discurso discriminador intolerable, al que une el pedido de que se destituya a Romero del TSE.
El peligro, en todo caso, es que ese pedido si bien es explicitado solo por esa fuerza partidaria, parece ser el deseo de algunos dirigentes de otras organizaciones políticas, como, por ejemplo, de varios que acompañan a la primera mandataria en su calidad de candidata, o del MAS, pues se dan cuenta de que pese a los problemas que internamente puedan tener, los vocales electorales garantizan unas elecciones transparentes al no ponerse al servicio de ninguna de las candidaturas.
A todo ello se debe sumar, como ya he comentado, el creciente autoritarismo de algunos sectores provincianos de las clases medias, que en las redes sociales comienzan a reivindicar a Banzer o Pinochet, como modelos a seguir para enfrentar los conflictos.
O, como sucede particularmente en Cochabamba, alientan la movilización de paramilitares que, obviamente, provocan que en el extremo opuesto del arco ideológico aparezcan otros grupos de jóvenes violentos, ante la indiferencia y ausencia de las autoridades estatales responsables de la seguridad ciudadana.
En ese contexto, creo que se explican con más claridad las razones que me impulsan a someterme a una terapia de sueño. Pero, la posibilidad de que cuando despierte sigamos en la misma situación que en este momento y que el 18 de octubre próximo tengo que ir a votar –como lo he hecho desde 1978– para elegir a las nuevas autoridades del Estado, hacen no más que deseche la idea y comience a teclear para martirio de mis editores y lectores.
Por lo dicho, les advierto que este cuento aún no ha terminado…
El autor fue director de Los Tiempos entre 2010 y 2018
Columnas de JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA