Yo no me anulo
El año 2017 se celebraron elecciones judiciales en Bolivia. En esta época, el MAS recurrió a la campaña por no anular el voto pues el evento electoral que con tanta devoción había preparado se estaba viniendo abajo en la opinión pública. Hasta hoy vemos los hermosos grafitis de “yo no me anulo”, “yo no anulo mi voto”, entre otros un poco más creativos. Los bolivianos somos muy malos para recordar nuestra historia inmediata, o sea, lo que algún historiador diría que todavía no es historia pues todavía son hechos no incorporados en una narrativa. Sin embargo, como quiere el historiador norteamericano Tim Snyder, estos no son los mejores tiempos para usar esa detestable terminología de “narrativa”, a menos que estemos hablando de literatura.
Recordar lo que ocurrió en las elecciones de magistrados en 2017 nos ayuda a justamente hacerle caso al MAS y no anular nuestro voto, pues ahora sí tenemos una celebración democrática real y no previamente arreglada. Si en un caso, la población optó por no votar porque averiguar toda la información sobre los candidatos resultaba ridículo e imposible, hoy la anulación no debería ser tolerada porque simplemente es el signo de una falta de fe en la democracia. No tener fe en la democracia nos hundiría en una peor crisis que la que introdujo el MAS. No creer en que podemos elegir de forma pacífica a nuestras autoridades nos llevaría al borde de una guerra civil; de hecho, es probable que inauguraría esa guerra.
El voto nulo representa la disconformidad con el sistema democrático; sin embargo, como bolivianos, ¿podemos realmente darnos ese lujo? ¿Podemos ignorar la institucionalidad democrática e ir a votar nulo o simplemente ni ir a votar? ¿Qué desventajas traería esa actitud para nosotros mismos y para el país? ¿Hay siquiera una ventaja mínima de votar nulo? Mostraremos que es racional pensar que quien vota nulo es en verdad una persona nostálgica del masismo saliente (y que esperemos no vuelva, sino hasta dentro de cinco años).
¿Por qué votar nulo es un lujo en una democracia que apenas está saliendo de una crisis? Pues precisamente porque profundiza la herida ya infligida y acrecienta el riesgo de que ya no tengamos fe en nuestras instituciones. No deberíamos arriesgar más nuestra creencia en la democracia formal y representativa. Promover el voto nulo, anunciar a los cuatro vientos que no creemos en la democracia, incentivar el ausentismo equivale hoy a una traición a la patria; es una actitud o individualista o un gesto de impotencia ante el potencial fracaso del MAS como opción política. En otras palabras, o es un gesto irresponsable (individualista) o es un gesto partidario, ideológicamente orientado (rayando con una especie de evismo: si no está papi Evo, no voto por nadie).
Las desventajas de esta actitud son evidentes. Para con uno mismo, demuestran que somos más egoístas que patriotas, que no podemos pensar ni por un momento en dejar de lado nuestro orgullo intelectual o partidario o ideológico por el bien del país (aunque ese bien esté sujeto a discusión, aunque seguramente no sea bien en términos absolutos). Esta terquedad inveterada dice mucho de nosotros; el orgullo es, sin duda y en la mayoría de las religiones que nos son conocidas como humanidad, el rasgo más antisocial y pecaminoso de todos. El orgullo y la soberbia son las pasiones que hundieron al MAS, sin duda los orgullosos que quieren votar nulo conservan ese rasgo de su antiguo partido.
Las desventajas para el país no son menos graves. En caso de haber un elevado porcentaje de ausentismo o de votos nulos, el mensaje será claro: aquí no se confía en la democracia, aquí no se cree en las instituciones, aquí se recuerda el viejo autoritarismo masista con nostalgia. Es más, un voto nulo dice que en verdad las anteriores elecciones fueron las válidas, a pesar del flagrante fraude electoral. Todo lo avanzado hasta aquí en cuanto a limpieza del padrón, construcción de fiabilidad e institucionalidad, será anulado. El voto nulo anula a la democracia. Como lo sabían los masistas el 2017, si no hay participación en el evento democrático, se anula la legitimidad de dicho evento. Ni siquiera un masista acérrimo puede desear esto; no en vano jodieron como desquiciados por adelantar los comicios (y usamos “desquiciados” en sentido casi científico: arriesgar la vida con un contagio de covid-19 fue una actitud bastante alocada).
Votar nulo no representa ninguna ventaja para nadie. Es casi como cometer un suicidio; peor aún, es como cometer un suicidio colectivo. Preguntémonos: ¿mataríamos a nuestra familia y a nosotros con ella si descubriéramos que estamos condenados a tener un futuro abominable? Si su respuesta es sí, pues hágalo de una vez; el futuro no es brillante, pero no por eso usted debe acobardarse y dejar de asistir a la fiesta electoral del 18 de octubre. Usted debe asistir y votar por un candidato, porque sí o sí habrá un candidato que ocupe la silla presidencial. Lavarse las manos es simplemente irresponsable, cobarde, suicida. ¿Está usted a la altura o siente una gran nostalgia por los años “dorados” del masismo?
El autor es docente universitario