Los inútiles (no) debates
¿Sirvieron de algo los promocionados (no) debates presidenciales del último tramo en la campaña electoral para las elecciones generales 2020? Por los resultados, la respuesta es: ¡no! ¿A qué elector ayudaron en su decisión? Por sus alcances, tampoco reflejan la extensa democracia boliviana. ¿Cuál audiencia los siguió, qué comunidad?
Además, una segunda lectura del contexto retrata, como un microcosmos, aspectos del deterioro de la prensa boliviana que al mismo tiempo es parte de la descomposición de la sociedad boliviana, sobre todo en lo referido a la polarización y a la falta de decoro personal y colectivo.
El (no) debate del sábado 3 de octubre fue auspiciado por la Federación de Asociaciones Municipales de Bolivia (FAM) que pasó de ser una entidad técnica a ser otra más al servicio del Movimiento al Socialismo; igual que la Confederación Universitaria Boliviana, CUB, desconocida por sus bases y con liderazgos de estudiantes veteranos. Usaron un canal privado, cuyo exgerente está preso, otro prófugo y ensombrecido como cómplice de oscuros negocios de empresarios masistas.
El (no) debate, del domingo 4 de octubre, partió con una no verdad, o como ahora se disfraza la mentira como una “posverdad”, para distorsionar la realidad. Sus organizadores afirmaron en diferentes publicidades que era el “primer debate” después de 15 años. ¡Falso!, tan falso que toca la infamia. Sin embargo, repitieron tanto el slogan que gran parte de la opinión pública lo aceptó como “verdad”.
Como escribió una líder política en las redes, entonces “a qué asistimos en el Hotel Europa hace seis años”. ¿Eran montadas las fotos con los candidatos a la vicepresidencia y a la presidencia de ese momento? ¿Eran los centenares de asistentes un público fantasma? ¿Vivimos un desdoblamiento colectivo?
Cuando algunos periodistas reclamaron a sus colegas por la manipulación, uno de ellos intentó justificarse: “es que en 2014 “uno de los candidatos” (Evo Morales) no asistió”. Entonces, en 2020, ¿cómo leer la no asistencia de no uno, sino de dos de los candidatos sobrevivientes? La respuesta es típica del concepto de la posverdad como estafa a la audiencia.
En septiembre de 2014, la Asociación de Periodistas de La Paz, con el respaldo de Canal 13 Televisión Universitaria, Cadena A, Erbol organizó el foro debate tradicional, suspendido por otros directorios desde 2002. El encuentro pudo darse por el decidido apoyo de Maximilian Hedrich de la Fundación Konrad Adenauer que lo financió, dentro de su línea de fortalecimiento democrático. Recién llegado a Bolivia, Max enfrentó una cantidad de presiones, incluida la de su colega de la otra fundación alemana, la FES, para desistir de ese respaldo. Naciones Unidas instruyó a sus funcionarios no asistir.
Durante 20 días, titulares de la prensa reprodujeron noticias, editoriales y entrevistas sobre este asunto. La propia exministra Amanda Dávila y periodistas del canal oficialista TVB gestionaron sin éxito la asistencia de Morales. Pocas personas conocieron el enorme esfuerzo detrás de bambalinas para dar seguridad a los candidatos y al propio hotel. Homenaje especial para Waldo Albarracín que, en este aporte democrático, como en 2019, puso todo su empeño institucional y su esfuerzo personal para romper el cerco.
La posverdad manejada este 2020, como suele suceder, quedó evidente cuando los organizadores copiaron el formato de 2014 sin darse cuenta de que, en esta ocasión, era inútil. Juntaron payasos con candidatos serios y repitieron preguntas ya respondidas.
Como decíamos al inicio, esto podría ser una anécdota, pero es el reflejo, en lo micro, de lo macro: una sociedad, sin memoria, con el complejo de Adán para ser siempre “el primero”, “por primera vez”, mediocre, mezquina.
¿Acaso detrás del voto por el MAS no está también ese pueblo enfermo que vota por el que quemó la casa de su vecino o por el que incendió sus únicos buses decentes o por el jefe depredador sexual? ¿Olvido? ¿Conveniencia? ¿Posverdad?
O es la ausencia del decoro que, como dice José Martí, debe acumular toda nación para sentirse digna y ver el futuro aprendiendo del pasado.
La autora es periodista
Columnas de LUPE CAJÍAS