Tristán Marof, un crítico de la manipulación de conciencias
Luis Tapia acaba de publicar el libro titulado: Tristán Marof, justicia y socialismo (La Paz: Plural / UMSA-CIDES 2020). Es un texto breve y preciso con un contenido profundo y altamente informativo sobre la vida y obra de Gustavo Adolfo Navarro (1898-1979). Las generaciones en el presente no vislumbramos la originalidad y la relevancia de Marof, quien fue un destacado novelista, ensayista y probablemente el primer socialista con teoría propia en nuestro medio. Este análisis de la obra de Marof nos ayuda a comprender la evolución de las ideologías de izquierda en Bolivia.
En 1924, Marof lanzó el famoso lema: “Tierras al pueblo, minas al Estado”, programa que anticipa las dos mayores conquistas de la Revolución nacional de 1952. En su libro La justicia del inca (1926), Marof realiza una de las primeras revalorizaciones del Imperio Incaico como un sistema social de corte comunista, que se habría destacado por la propiedad estatal de los medios de producción, la economía planificada y la prosperidad generalizada.
Es una concepción que, en lo esencial, reiteran hoy algunas corrientes indianistas. Marof construye una visión optimista y romántica del incario, atribuyendo a este último cualidades éticas y organizativas que no están refrendadas por las escasas fuentes históricas. Marof confiere al Imperio Incaico un carácter fundamentalmente paternalista y asistencialista que, en el fondo, resulta apolítico y antidemocrático, pues, como dice Tapia, este orden carecería de “conflictos sustantivos”, lo que es constitutivo de todo modelo democrático.
Marof puede ser considerado como un pionero en el análisis de la cultura política boliviana, que se ha caracterizado por el caudillismo carismático y el caciquismo personal, lo que es posible, según este autor, por la ignorancia de las masas.
Luis Tapia afirma acertadamente que, desde un comienzo, Tristán Marof fue “un acérrimo crítico” del nacionalismo en todas sus variantes. En efecto, este autor atacó permanentemente posiciones e ideologías nacionalistas y señaló enfáticamente los nexos entre el nacionalismo y el fascismo. Por ello nunca desarrolló ni la más mínima simpatía hacia el Movimiento Nacionalista Revolucionario (“una pandilla de resentidos”), al que acusó en la década de 1940 de tener estrechas vinculaciones con el nazismo alemán y recibir cuantiosos fondos de la embajada alemana en La Paz. En varios escritos describe con detalle a los dirigentes nacionalistas como hábiles manipuladores de la conciencia colectiva, aprovechándose del “ambiente primitivo y emocional del pueblo”.
Marof insiste repetidamente en dos aspectos de la cultura política boliviana, siendo junto con Alcides Arguedas –a quien detestaba cordialmente– uno de los primeros analistas del autoritarismo político y cultural. En primer término, fustiga a los políticos tradicionales, entre los cuales coloca en lugar preferente a los miembros del MNR, por ser gente sin escrúpulos y sin ética, a quienes acusa de imitar los métodos de organización, control y represión de los partidos fascistas. Seguidamente describe a las masas como segmentos sociales que carecen del nivel educativo y cultural para juzgar adecuadamente programas y alternativas políticas, segmentos que, de acuerdo a Marof, están dominados todavía por emociones e intuiciones irracionales, que son utilizadas astutamente por los manipuladores profesionales de todos los partidos.
En 1969, Guillermo Lora escribió: “A lo largo de toda nuestra historia seguramente nadie como Marof llegó a convertirse en el depositario de las ilusiones de las tendencias y de las clases sociales más diversas”. Hoy, al realizar esta reseña recuerdo lo que aprendí de Luis Tapia en una conferencia: aproximarse a un autor sin prejuicios o preconceptos. Leer a un pensador sin denostarlo con anticipación.
La autora es abogada, licenciada en filosofía y magíster en seguridad, defensa y desarrollo
Columnas de ERIKA J. RIVERA