Preocupante (o terrible)
Revisando la semántica de las propuestas electorales para las elecciones de marzo de este año, es indiscutible que la acepción de “progreso” es lo que domina en el discurso de muchas de ellas. Sucede en el caso de la mayoría de los candidatos de Cercado y de los municipios del área metropolitana de Cochabamba. También se vislumbra en las propuestas cruceñas, en las de La Paz y en las de El Alto.
En ese sentido, tendré que insistir en comentar de dónde viene la idea dominante de “progreso”.
Cuando los países latinoamericanos daban sus primeros pasos, cundía como parte del pensamiento político dominante el paradigma que anteponía la “civilización” a la “barbarie”. De esa manera, obsesionó a los gobernantes y pensadores decimonónicos un “modelo civilizatorio” con un enérgico matiz eurocéntrico; el referente de la “civilización” se ubicaba en los centros de poder geopolíticos de ese entonces, particularmente en Gran Bretaña y Francia.
Encumbrando ese “modelo civilizatorio” se justificó una división social del trabajo abusiva, con marcados estereotipos étnicos y que no difería mucho de la configuración colonial; se ampararon guerras y la expansión territorial de algunos países; se terminó de despojar de sus territorios a los pueblos indígenas “salvajes”; y se construyeron grandes urbes con una carga fuertemente centralista y asimétrica frente a las poblaciones intermedias y rurales. Al mismo tiempo, la incursión del positivismo potenció la absurda pretensión humana de “dominar” la naturaleza en su mezquino beneficio, y los “logros” de la revolución industrial ahondaron el culto al mecanicismo, a los motores y al concreto. Eran tiempos en los que los pestilentes humos de las industrias hasta eran motivo de “poesía”.
En Bolivia, como en todo país donde las desigualdades se imprimieron intensamente entre lo urbano y lo rural, la internalización de estas representaciones significó una aversión enfermiza a lo rural y, por ende, a la naturaleza, concebidos cual sinónimos de “barbarie” y como la antítesis del “progreso” y el “desarrollo”. Las secuelas de eso se perfilan en la actualidad, sobresaliendo la obsesión por el cemento, el alquitrán y el petróleo, la compulsión por el mercantilismo, y el consumo de chatarra mediática, patéticos reflejos de una percepción (aún más distorsionada) de “civilización”.
Con la argucia del “progreso” (y como si la humanidad no hubiera aprendido nada), en nuestro país van desapareciendo estrepitosamente los bosques y selvas. Los ríos y lagos se contaminan, los pueblos y ciudades se llenan de proyectos de inversión pública que son monumentos al cemento de utilidad imprecisa, bodrios de hormigón y calamina a título de mercados, estadios, distribuidores vehiculares, polifuncionales y, por doquier, se van privatizando los espacios públicos (vendidos al mejor postor corporativo), alumbrando la proliferación de un consumo acrítico y desmedido. Ello a costa de áreas verdes y árboles. Por algo, en el caso de Cochabamba, contamos con un vergonzoso 2,58% de cobertura arbórea.
En consecuencia, ¿no es preocupante –por no decir terrible– que los candidatos de importantes municipios sigan en ese tren? ¿Que no puedan desfasarse de una mentalidad retrógrada, arcaica, ilusa y suicida que deviene de un trauma colonial? ¿Que en pleno siglo XXI insistan con propuestas que parecen sacadas del siglo XIX? A estas alturas, ¿habrá tiempo y espacio en este depredado y agonizante territorio para jugar a los “civilizadores”?
Como van las cosas, todo augura que dominarán gestiones municipales que no disten mucho de las de hoy y de las anteriores, porque su modelo continuará siendo el mismo, no importando cuánto los candidatos/as traten de lavarse la cara con payasadas en TikTok.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA