Carnaval en pandemia
Comenzó el Carnaval en Bolivia, los cuatro días más festivos del año, que esta vez no lo serán tanto, por razones sanitarias y porque las autoridades estatales y las organizaciones que organizan los festejos masivos de estas fechas decidieron suspenderlos, en todas las ciudades del país. Y no es para menos, pues el riesgo de contagio es enorme, aunque el número de casos nuevos de Covid-19 se ha reducido en los últimos días.
“No podemos bailar como antes, por la pandemia, tal vez en grupos reducidos podemos hacerlo, respetando, precautelando los protocolos de bioseguridad que nos exige la Organización Mundial de la Salud”, constató hace unos días la Ministra de Culturas.
“Primero está la vida, luego disfrutaremos, bailaremos con nuestras danzas”, agregó la autoridad gubernamental. Pero el festejo carnavalero parece ser un afán cuyo impulso telúrico es irrefrenable, como lo demostró la Gobernadora de Cochabamba, anteayer, Jueves de Comadres, en un mercado céntrico de la ciudad donde apareció con la vestimenta típica de la mujer de los valles: pollera y blusa.
La Gobernadora tenía puesto un barbijo, y no se lo quitó, lo que es una de las medidas básicas de bioseguridad para reducir el riesgo de contagio. Pero cumplir con la precaución del distanciamiento social no le fue posible en medio de la fiesta y la aglomeración.
Y es que hay que admitirlo: el Carnaval es una fiesta de permisividad. Sus orígenes son tan diversos como las culturas que poblaron y pueblan el planeta, pero existen dos denominadores comunes, sus vínculos con las cosechas y el culto a las divinidades.
Es falso que el Carnaval haya llegado con los invasores. En nuestro continente, como en Europa, ya existían celebraciones vinculadas a la cosecha en las que se daba rienda suelta a los excesos como una manera de expresar alegría. Lo que hizo la Iglesia católica fue acomodar cada festejo a su propio calendario y, así, el Carnaval se convirtió en la fiesta que precede a la cuaresma cuando, en realidad, es más antiguo que el cristianismo.
El hecho es que el Carnaval es la fiesta en la que, por regla general, “todo se soporta” y es por ello que en esa temporada se suele cometer excesos. Pero hasta el libertinaje tiene un límite y el más importante de todos es la vida humana. Cuando los excesos atentan contra la vida, entonces hay que poner un alto.
Y en este Carnaval, el primero que vivimos en pandemia, ya es un exceso de imprudencia el reunirse en grupo para festejarlo. Tanto más cuanto ese festejo implica el consumo de alcohol, cuyo efecto hará olvidar toda precaución sanitaria, todo riesgo de contagio.
Así, lo que queda a quienes evitarán las fiestas, privadas pues las públicas están prohibidas, es evitar, en las semanas siguientes a quienes las disfrutaron.