Irracionalismo y carencia de democracia en el pensamiento indianista
El auge actual del indianismo en medios académicos y en la opinión pública conduce a analizar la obra de Fausto Reinaga, hasta ahora el pensador más importante de esta corriente. Lo que podemos llamar de modo impreciso la izquierda indianista es vigorosa, popular y bien enraizada en dilatados sectores sociales del país. Sin su apoyo, el país y la sociedad no cambiarán, es decir: Bolivia no ingresará en la senda de la modernidad democrática, racionalista y pluralista.
La obra de Reinaga merece ser estudiada cuidadosamente porque representa el memorial de agravios de su pueblo y la reivindicación de viejos anhelos de justicia histórica. Al mismo tiempo, los escritos de este notable pensador son una muestra clara de una tendencia antidemocrática, antimodernista y antipluralista, aunque también son testimonio de un brillante estilo literario. Reinaga se comparó explícitamente con los grandes oradores de la historia universal, desde Demóstenes y Cicerón hasta Lenin y Trotski, exclamando alborozado en su autobiografía Mi vida: “Domé, dominé y poseí a mi auditorio”.
Como Reinaga mismo admitió, en 1944, cuando fue candidato oficialista a la Convención Nacional durante el gobierno de Gualberto Villarroel, utilizó toda clase de mañas y artimañas para conseguir una victoria electoral, instigando abiertamente a la violencia física contra sus opositores. En la obra citada, él relató con auténtica fruición las trampas y los engaños que concibió para ganar por la fuerza una diputación.
Menciono estos hechos, en el fondo baladíes, porque las actitudes reiterativas de Reinaga y las normativas éticas que subyacen a las mismas son aquellas que practican numerosos miembros de todas las fracciones de la clase política boliviana. Lo relevante reside en el hecho de que hasta ahora nadie ha criticado a Reinaga por este asunto, porque las triquiñuelas que utilizó son parte cotidiana de la cultura autoritaria del país, la que se ha convertido en algo naturalizado como obvio y sobreentendido, es decir en una porción importante –y apreciada favorablemente– de la mentalidad nacional.
En numerosos escritos, Reinaga predicó la lucha de razas en lugar de la confrontación de programas e ideas y para ello legitimó todo uso de la violencia física. Distinguidos escritores del presente predican lo mismo, pero ahora revestido de un tenue barniz científico a la moda del día. Él y sus allegados no se dedicaron a promocionar una educación moderna o una actitud abierta y humanista entre sus adherentes, sino que propiciaban lo rutinario y convencional en la vida de los partidos políticos bolivianos: “el adoctrinamiento de los militantes”, quienes recibían “las lecciones” de la jefatura indianista, que luego debían reproducir sin dudas ni discusiones. Esta enseñanza no podía ser cuestionada porque contenía “verdades de fuego”, como escribe Hilda Reinaga Gordillo, la guardiana actual del Movimiento Amáutico. Por otra parte, Fausto Reinaga propalaba la idea tradicional de que la principal meta de la revolución india estaría representada por la conquista del poder político a cualquier costo; su divisa era: “Poder o muerte”, es decir lo habitual de las prácticas políticas autoritarias.
El indianismo propalado por Reinaga y sus adeptos no es favorable a normativas racionales, como la consideración del largo plazo, la protección del medio ambiente, la democracia pluralista, la vigencia efectiva de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y la discusión pública de opciones programáticas.
El autor es filósofo
Columnas de H. C. F. MANSILLA