El laberinto de la judicatura
El vocablo “laberinto” es bastante conocido, por lo menos para los que pasearon un poco –como el suscrito– por el ámbito de las letras. Letras de literatura y no de cambio, claro está. El Nobel Octavio Paz publicó en 1950 el libro de ensayos titulado El laberinto de la soledad, “para comprender la esencia de la individualidad mexicana”. En otro libro que lleva en la tapa la misma palabra: laberinto, Gabo, el Nobel colombiano, narra en la novela los últimos días de Simón Bolívar (1830). Cercado por muchos conflictos, y ya en el estribo de la partida, el Libertador exclama: “¡Cómo saldré yo de este laberinto!”.
Hay cosas inescrutables en la vida. Mientras se vive, se derrocha a manos llenas todo lo que se puede. Pero eso pasa, y pasa pronto. Hay gentes que actúan en la perspectiva histórica, son ciudadanos inactuales; otros, se emborrachan con lo poco que les depara la oportunidad. De esta última clase son los políticos. Tratan de llevar a su molino todo el turbión que cruza por su vereda. El respeto a la ley es una de las cosas que prueba la consistencia moral de una persona. Las leyes se hacen para ordenar la vida, y no para provocar ni crear otros problemas, como ahora.
Esta reflexión sobre la ley nos pone al frente de una personalidad singular. ¿Se acuerdan de Sócrates? La ley le obligó a tomar cicuta en la prisión. Como era injusta la condena, le ofrecieron la posibilidad de huir y salvar la vida; pero él prefirió exponerse a ese trance antes que burlar la drasticidad de la ley. Las personas pasan; la ley es también útil para las generaciones venideras. Los romanos decían dura lex, sed lex: es dura la ley, pero es la ley. Aquí en Bolivia decimos, descaradamente: “hecha la ley, hecha la trampa”. Somos unos tramposos. Y así nos va.
Estamos tocando asuntos del día. Es posible que no haya en todo el orbe una nación tan castigada por el infortunio. Y es la élite política la que traza nuestro destino, ella es la responsable del descalabro que sufrimos. ¿Qué es un país donde no se respeta de la ley? Se asemeja a una jungla primitiva donde impera el poder de la fuerza bruta, allí donde no existe la norma ni la ley, pensada y razonada por seres humanos.
Lo que en un momento de entusiasmo se dijo que era “la reserva moral de Bolivia”, había sido una broma. Se emborracharon pronto con el poder; hoy son irreconocibles. La corrupción les ha invadido. Y el peor mal es ese que se propaga sin que se tenga conciencia de ello. Los que dejaron el poder siempre son los malos. Y son buenos a rajatabla los otros. La judicatura uncida al despótico poder del gobierno, no es de naciones civilizadas. Tenemos una justicia avasallada. Otra situación peor, imposible.
Y como una ironía, un ministro quería reformar la justicia. ¡Bravo empeño! Para el régimen que gobierna, así tal cual es el órgano judicial, es su mejor aliado. ¿Quién puede ir en contra de sus propios intereses? No pidamos peras al olmo. El ministro estaba colgado de las nubes, y lo bajaron hasta el suelo. Ahora está allí, como el caballero de La Mancha ante los molinos de viento, a los que creía que eran gigantes.
El autor es columnista independiente
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS