Un río que agoniza
Si en el pasado la vida del valle de Cochabamba estuvo ligada al río Rocha, primero con habitantes que veían en el sitio un lugar especial por la presencia de cóndores, y luego con hacendados que desviaron sus aguas para producir maíz, hoy es un sitio envenado por la contaminación.
Las aguas del Kunturillo, nombre original del río, están negras y casi es normal que tenga espuma de día y de noche, basurales y casuchas bajo los puentes para decenas de desdichados.
La espuma es una señal más del envenenamiento del río, que se ha convertido en la alcantarilla de los nuevos asentamientos que comienzan en Sacaba y continúan en la ciudad hasta llegar más allá de Quillacollo.
La contaminación del agua, además, se da por la descarga de diversas actividades, como mataderos, industrias y talleres de confección de ropa. Si bien muchas cumplen en lo formal con los permisos ambientales, aún deben adecuarse para desfogar aguas más sanas.
Si el envenenamiento sigue, puede dejar de ser ese río que daba vida al valle, que rompía con la ciudad de cemento, y, claro, el hogar de aves y otros animales.
Se estima que en todo el curso del río hay unas 86 especies de aves, desde ibis y garzas hasta horneros y tarajchis.
El trabajo ambiental que deba hacerse es enorme, pero no imposible. Muchas de las tareas ya han sido definidas por la Contraloría General del Estado, que monitorea el caudal desde 1998. Entre ellas, construir plantas de tratamiento y clausurar los botaderos que escurren sus desechos, como el de Vinto.
El río se puede recuperar y generar una nueva identidad de la ciudad: de auténtico respeto por la naturaleza.
Es necesario que las buenas acciones para salvar el río del valle trasciendan en acciones duraderas para que este lugar deje de ser una gran alcantarilla, un gran basurero, un río que agoniza.
La autora es periodista
Columnas de KATIUSKA VÁSQUEZ