Tinkus de papel
Antes, allá por los dorados años 70 u 80, al menos en mi terruño chiquitano, si algún cunumi se creía más que los demás y con golpes pretendía demostrar esa burrada, siempre surgía alguien del grupo, del curso o de donde sea que intentaba frenarlo apelando a la razón. Generalmente eso no funcionaba, porque el fulano casi siempre insistía en su bravuconada desafiando a medio mundo con ir a los golpes. Así, exponiendo como su mejor argumento los puños, cloqueaba como un pollo y escupía semejante a una llama. El otro, el rival de ocasión, escuálido y sin trama, aguardaba, esquivaba los primeros golpes y en un santiamén vapuleaba al insolente que escapaba lloriqueando como una Magdalena, convocando a su mami o su papi para que lo defendieran.
Lo bueno era que así, de unas, se zanjaba el asunto. Muchos “hipersensibles” o de “doble moral” dirán que estoy fomentando la violencia. Faltaba más. Los golpes, en aquel entonces, tenían el mismo valor que la palabra empeñada: si alguien faltaba a su palabra, sentía que perdía su dignidad. Si alguien provocaba una pelea y perdía, lo mínimo, admitía su derrota y se comportaba como tal, como un perdedor.
En la escuela no había bullying porque las cosas que no encontraban solución por la vía de la razón, se solucionaban a la salida, detrás de las aulas, así haya sido un enclenque versus un grandulón. No sé por qué, pero el brabucón, el insolente, el atrevido, el cínico, el grosero, el arrogante, el sedicioso, el pillo, por más grueso que fuese, terminaba por los suelos, con la nariz rota, llorando o tragándose los mocos.
Cuánto han cambiado esos tiempos. Hoy no sólo se han multiplicado los brabucones. Hoy andan vestidos de tinku, de indígenas, de pollera, de tipoy, y lo peor es que se han vuelto cobardes, pusilánimes, mentirosos, llorones, falsos, agraviados, en fin. Recojo lo que decía alguien en las RRSS: “Vestirse de tinku está bien, pero saber pelear ya es avaricia”.
La táctica del victimismo funciona hoy más que nunca, pero a la vez devela su condición verdadera: la cobardía. Algún colega lo resumía bien: “cuando me pegan soy víctima, cuando yo pego es justicia”. Y, para colocar la cereza sobre la torta, surge un coro de celestinos amenazando con llevar el caso a la Comisión de Ética, arguyendo racismo y discriminación, nada menos. Así no vale: tinkus de papel.
El autor es periodista
Columnas de LUZGARDO MURUÁ PARÁ