La piel del tejido
Leer en tiempos de pandemia es un viaje que permite romper las barreras de lo que pareciera permanecer quieto. Y si el efecto Proust, nombrado así en honor al escritor Marcel Proust, remite a ese momento en que el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila nos abre a la memoria un tiempo perdido y se viaja vertiginosamente atrás a la comuna francesa de Combray, el jardín del señor Swann, el teatro y la plaza, debemos imaginar en El tejido adiposo, de Gabriel Entwistle, a qué geografías viaja Primo Oehler cuando come, Primo, personaje central de esta novela, tiene una antropofagia que lo separa del mundo y paradójicamente lo hunde en él, sin embargo y lo sabemos, aunque todos están en las antípodas a veces extendemos puentes. Primo es la infancia y la vida comienza a desplumarlo muy rápido como diría el escritor Adolfo Couve.
La ciudad es asumida en esta novela como la representación de los lugares no lugares, como un espacio de transición. Otro universo que se explora es el del amor y su amenaza que se resuelve momentáneamente con los hijos, por quienes se siente devoción y pese a ello son quienes desde sus orillas opuestas viven indiferentes a la perpetuación de la vida de la que son objeto. El tejido adiposo, habla de la piel que nos sobra, personajes con hueso y demasiada piel. En este sentido Entwistle es un escritor del tacto. El tacto que atraviesa tanto a la ciudad y a los cuerpos. En este relato magistral, la antropofagia no solo le pertenece a Primo, sino a su familia que está siempre a la deriva, a su mujer que no soporta las librerías, a los hijos que estrenan también sus propias soledades. Esta vasta novela nos permite buscar el goce desde el derrumbe; y nos permite entender que pese a todo hay más que desesperanza. Entwistle escribe desde la capacidad de desconcertar y al mismo tiempo es imposible sustraerse a su influjo sobrio y feroz.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO