Mi perro también sabe fingir
Si algo finge mi perro es serenidad.
Eso, cuando visita al veterinario. El resto del tiempo permanece confiado, no finge nada, está alerta y en franca disponibilidad. Una mariposa lo lleva y un gato lo trae. Corre, sonríe y salpica el agua cuando bebe. Se echa a la sombra y mira el sol que se le acerca a su debido tiempo.
En la noche escucha el tren que pasa invisible. Mira la oscuridad y suspira.
Duerme mucho porque vivir el tiempo fatiga y él vive en la continuidad. Ni él ni yo recordamos si fue Hegel, Fichte o Heidegger el que necesitó describir cientos de veces el “Dasein” para entender lo que mi perro siempre supo muy bien.
Sin embargo, este ser franco y sencillo, cuando visita al veterinario, finge estar en perfecta salud, bate la cola y le sonríe al galeno. Hay que comprenderlo: practica la diplomacia para negociar un pacto de no-agresión. Pero el veterinario está con ánimo profesional y mi perro decide entonces sacar también sus títulos y credenciales y muestra los dientes.
Pero no olvida respetar el silencio del recinto veterinario.
Se resigna durante los procedimientos y se obliga a mostrar una dignísima mansedumbre de caballero ausente. Así tolera, sin perder facha, las invasiones a su privacidad.
Escucha el diagnostico, mirando alternativamente a los que hablan. Aunque ya conoce la descortesía de los humanos, casi no puede creer que hablen de él sin hacerlo participar en la conversación.
Finalmente decide hacer escasa su presencia y sale del consultorio exhibiendo desinterés. Ya en la sala de espera, escoge un inocente sillón y lo riega con un desdén que no presta atención a escándalos.
Apenas regresamos a casa, mi perro recupera su soledad y puede meditar para pensar y percibir su enfermedad, con paciencia.
Luego de un rato, decide caminar y va cojeando hacia un rincón del jardín. Allí escarba con una sola pata para encontrar tierra fresca. La esparce con cuidado, aprueba su aroma tierno y tiende su vientre encima para esperar alivio.
Luego, duerme.
El autor es artista y ciudadano
Columnas de LUIS BREDOW SIERRA