Bien común
A veces siento que quiero tirar la toalla respecto de mis esperanzas en este país. No obstante, trato de autogenerarme esperanza saliendo a caminar. Me fascinan las aves, las mariposas, las mariquitas, los san pedros, los molles, las hierbas silvestres y los cielos limpios para ver el atardecer. No puedo vivir en un lugar que prescinda de ello, ni quiero que les falte a mis sobrinos/as la oportunidad de admirar las maravillas naturales. En ese sentido, he estado tratando de dar mi granito de arena. El asunto es que abogar en el contexto boliviano por un modelo de relacionamiento público y privado más equilibrado con la naturaleza y sus seres vivos, había sido chocarse con paredes todos los días, dado que nuestra noción de bien común es demasiado pobre.
Nadie en su sano juicio bota basura y desechos malolientes en su propia casa. Sin embargo, es habitual que se bote la basura y desechos a la calle, al parque, al río, a las montañas. Todo eso no es otra cosa que el bien común. Igualmente, reflexionemos sobre cómo se manejan los proyectos de inversión pública, generalmente pésimamente planificados y peor ejecutados y todo para que algunos/as obtengan su rastrera “mordida”, así estos proyectos representen un robo a los recursos y bienes públicos y —no pocas veces— daño irreversible al bien común. No les importa matar lagunas, arboledas o ríos, con tal de imponer el capricho de turno de algún caudillo coyuntural y/o enriquecer a un grupo de maleados burócratas. Históricamente, de esa forma ha funcionado y funciona la gestión pública y por eso Bolivia está entre los países más corruptos del mundo. He ahí otro espeluznante indicador de nuestro trato al bien común.
Cada año estamos cansados de saber que arderán las selvas del oriente y los bosques del Parque Tunari, entre otros escenarios de tragedia colectiva. En otros países, catástrofes ambientales de ese calibre tumbarían gobiernos no por su color político o ideología, sino por su ineficiencia en el cuidado del bien común. En cambio, en Bolivia, padecemos de una cultura política reaccionaria, violenta, traumada, amargada y belicista; nos la pasamos encerrados en las mezquinas guerras típicamente altoperuanas, es decir, autoritarias pugnas e intrigas por controlar el poder para luego abusar de él y sin que importen los medios y los fines, así sea arrasando con el bien común.
Esa terrible característica de la cultura política boliviana, trasciende las ideologías y los gobiernos, en ello incurren por igual la “derecha” tradicional y la “izquierda” populista. Por ello, para muchos/as, más valen los símbolos militaristas de las banderas, mientras las verdaderas expresiones de bien común, esas que dan el aire que respiramos y el agua que bebemos, se destruyen con regularidad de pesadilla sin que pueda generarse una sola política pública mínimamente seria que evite ello.
Y sí, en todos los casos, las banderas no pasan de pinches pedazos de tela si su culto no viene acompañado del respeto y resguardo del bien común al que representan.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA