La descolonización y sus dilemas
Las doctrinas de la descolonización pueden ser comprendidas como el esfuerzo de analizar y superar una situación creada por las actividades de explotación económica, expansión cultural y ocupación político-militar, actividades ejercidas por una potencia exterior sobre un territorio conquistado u ocupado contra la voluntad de sus habitantes. No hay duda de la legitimidad de este tipo de descolonización. Quiero dejar en claro que reconozco y valoro positivamente esta función esclarecedora y reparadora de los esfuerzos descolonizadores.
Pero a menudo descolonización significa también una impugnación político-ideológica interesada de aquellos periodos de la historia —los coloniales—, que han estado difundidos de manera muy amplia por todos los tiempos y continentes. Con toda seguridad han sido represivos y humillantes, pero su complejidad exige un tratamiento diferenciado de los mismos. El rechazo global del pasado se ha transformado en una opción intelectual para desprestigiar al adversario político y para manipular a sectores sociales con un nivel cultural no muy elevado. Esto último es lo que ocurre en Bolivia y en otros regímenes populistas.
La doctrina de la descolonización y la teoría del colonialismo interno han surgido hace más de medio siglo, pero se nutren de raíces profundas en el pensamiento anti-ilustrado del catolicismo barroco. Estos enfoques se han convertido ahora en claves universales para explicar cualquier variante del desarrollo histórico en América Latina. Todo esfuerzo intelectual con pretensión de clave universal se asienta en los anhelos profundos de una sociedad, pero también en los prejuicios del autor respectivo y en sus preferencias político-partidarias, aunque no las admita. Las doctrinas aquí examinadas representan el resurgimiento de la antigua retórica antiimperialista, que posee fuertes raíces católico-tradicionalistas, con rasgos inquisitoriales, antirracionales y anti-individualistas. De ahí proviene su enorme popularidad entre los más diversos estratos sociales. La retórica antiimperialista tuvo y tiene notables funciones compensatorias, que son muy difíciles de ser reemplazadas por concepciones racionalistas y pluralistas. Entre estas funciones se encuentran la utilización de la descolonización para explicar los fenómenos sociales más diversos y la apología algo ingenua, pero muy efectiva, de un camino revolucionario que pondría fin a todas las carencias de la evolución histórica. El peligro inherente a toda indoctrinación es la consolidación del infantilismo, como ahora lo podemos observar en gran parte de América Latina.
Mencioné que las teorías de la descolonización son muy populares. La experiencia histórica del terrible siglo XX nos enseña que la fuerza de atracción de una doctrina, por más extendida que fuere, no garantiza la eficacia explicativa de la misma, ni su calidad intelectual, ni su veracidad factual, ni su legitimidad a largo plazo. Algo similar sucede con ciertos procesos electorales. No hay que olvidar que dictaduras lamentables —como las de Hitler, Mussolini, Stalin, Perón y Franco— contaron con cómodas mayorías electorales.
El propósito efectivo de las doctrinas de la descolonización no es una meta científica, sino una finalidad política. Este designio subyacente es doble. Primeramente, hay que desacreditar a aquellos que tienen una opinión diferente a la oficial, por más leve que sea la disidencia, y en segundo lugar, hay que indoctrinar a los creyentes a favor de la ideología oficial, con lo cual se vulnera la libertad de pensamiento. Esta última llega a ser vista como una antigualla liberal que hoy ya no tendría importancia.
No hay duda del sufrimiento y la discriminación que el colonialismo español significó para los indígenas del Nuevo Mundo. Con toda razón y derecho los descolonizadores han analizado esa constelación histórica y han mantenido vivo el recuerdo de ese dolor colectivo. Para evitar una reiteración no tocaré esta temática.
Pero: la falta de buena fe entre los propagandistas de la descolonización reside en lo siguiente. Algunos de los aspectos criticables más importantes que provienen precisamente del legado colonial español son aquellos que los profesionales de la descolonización jamás mencionan y menos aún analizan, porque los regímenes favorecidos por ellos son los beneficiarios de su preservación: la manipulación del Poder Judicial por el Poder Ejecutivo, la burocratización de la administración pública, el mediocre funcionamiento del sistema universitario público, la cultura política del autoritarismo, la formación de élites muy privilegiadas que pasan a constituir las nuevas clases altas y la desinstitucionalización de la vida público-política, con su secuela inevitable, la corrupción en gran escala. Estos hechos marcaron de forma indeleble el sistema colonial español. Esta época experimentó además el florecimiento de los códigos informales o paralelos en gran escala, que siguen vigentes hasta hoy y que pueden condensarse en dos expresiones del siglo XVII: “Se acata, pero no se cumple” y “Para el amigo todo, para el enemigo la ley”. Creo que es superfluo que destaque la actualidad de estos lemas en la praxis cotidiana del presente.
En una palabra: a los descolonizadores profesionales no les preocupa la persistencia de los aspectos claramente negativos de la época colonial, como ser burocratismo asfixiante, el embrollo de los trámites (muchos innecesarios, todos mal diseñados y llenos de pasos superfluos), la mala voluntad de los funcionarios en atender al público o el deplorable funcionamiento del Poder Judicial. Los ciudadanos de a pie soportan estos fenómenos más o menos estoicamente, es decir, los consideran como algo natural, como una tormenta que pasará, pero que no puede ser esquivada por designio humano.
Hasta hoy, ningún partido izquierdista o pensador progresista, ningún colegio de abogados, ninguna corriente indianista y ningún descolonizador ha protestado contra ello. Lo paradójico del caso estriba en que los pobres y humildes de la nación conforman la inmensa mayoría de las víctimas del burocratismo, la corrupción y el mal funcionamiento de todos los poderes del Estado. Los partidos de izquierda y los pensadores revolucionarios, que dicen ser los voceros de los intereses populares, jamás se han apiadado de la pérdida de tiempo, dinero y dignidad que significa todo roce con la burocracia y el aparato judicial para la gente sufrida y modesta del país. Sobre estos temas los descolonizadores profesionales extienden el cómodo manto del silencio y el olvido.
La preocupación excesiva por la descolonización, además de anacrónica, puede encubrir los problemas realmente serios del presente: la posibilidad de que un régimen autoritario se convierta en totalitario, la eliminación progresiva del Estado de derecho, la destrucción del medio ambiente y la mediocridad de los sistemas educativos. Si la evolución boliviana continúa como hasta ahora, el resultado será una fatal combinación de tecnofilia ingenua y autoritarismo práctico, como ya se puede observar en buena parte de nuestro planeta.
El autor es filósofo
Columnas de H. C. F. MANSILLA