El arte, esperanza de vida
En la sala 205.10 del Museo Reina Sofía de Madrid (España) se encuentra una de las obras más cautivadoras e impactantes de la historia del arte. Al verla es casi inevitable que los ojos se humedezcan, que el corazón lata más fuerte y que el tiempo de contemplación se extienda indefinidamente. El horror de la guerra se manifiesta en cada uno de los rostros expuestos. El ruego por la libertad y la vida se visibilizan en las manos alzadas al cielo. Es el Guernica, pintado por el extraordinario Pablo Picasso.
Recordar este lienzo de 1937 permite insistir en el poder del arte para la humanidad. No sólo porque “constituye un alegato genérico contra la barbarie y el terror de la guerra” —como explica Paloma Esteban Leal—, o por la brillante capacidad técnica del artista, sino por la esperanza que sugiere, en medio del horror narrado, con una tímida flor dibujada en el centro: representación de la vida.
Hoy, con las noticias de la cuarta ola de la conocida pandemia, los permanentes conflictos en territorio nacional y otros destinos, así como tantos otros sucesos que desalientan la mirada del presente y el futuro, considero pertinente pensar en la flor del Guernica y analizar por qué el arte es esperanza de vida.
Inicialmente, cabe precisar que el arte es una capacidad única del ser humano para transmitir el complejo mundo que vive interna y externamente. Desde las primeras pinturas rupestres, hasta las obras más contemporáneas, como los grafitis de Banksy, el arte ha sido sinónimo de expresión y, en consecuencia, de libertad.
Uno de los pensadores y dramaturgos que insistió en esta capacidad fue Liber Forti, el anarquista de origen argentino que, enamorado de Bolivia —particularmente de Tupiza (Potosí)—, decidió establecer en este país la compañía de teatro Nuevos Horizontes (NH). Una nominación que permite pensar el porvenir con optimismo.
Para ello, Liber insistía en la libertad como un valor fundamental y un principio para su producción artística. No por nada, como indica Lupe Cajías en Los caminos de nuevos horizontes. 60 años de una apuesta cultural (2007), la primera obra montada por el grupo fue Hermano lobo de Rodolfo González Pacheco, reconocida como una “obra luchadora por la libertad”.
Igualmente, en un boletín de 1956, se declaró la memorable misión del grupo: “A través de una de las tantas formas del arte, encender la inquietud en el corazón de los hombres, la inquietud por la cultura y la libertad: el conjunto NH, consciente de los males y sufrimientos que aquejan al mundo, deposita su esperanza de remedio confiando en el porvenir”.
Así, el arte es plasmado como un camino de esperanza al promover la libertad no sólo para expresar los sentires sobre el devenir del mundo, sino para soñar nuevos horizontes, a través de la producción artística.
Esto es posible por la capacidad del arte para desarrollar una particular sensibilidad, pues promueve el desarrollo no sólo humano, sino de humanidad en los sujetos que la practican. Uno de los ejemplos más representativos lo ofrecen los niños y niñas. Sus obras de arte, expuestas en murales urbanos, en tareas escolares, o en formatos particulares son la expresión de una humanidad, que pareciera perderse en el mundo adulto, más aún en el que olvida que el arte debe ser una prioridad.
Este olvido debería ser reemplazado por una acción colectiva inmediata, pues la humanidad que promueve el trabajo artístico es la que nos podría permitir acercarnos más entre nosotros, como seres humanos. He aquí la tercera razón para vincular al arte con la esperanza de vida: el arte es también encuentro. Ya lo dijo la Oda a la alegría de Schiller, reflejada en la Novena Sinfonía de otro extraordinario artista: “¡Abrácense criaturas innumerables! ¡Que ese beso alcance al mundo entero!”.
Por la libertad, la humanidad y el encuentro que promueve el arte, este es esperanza de vida.
La autora es investigadora y profesora en estudios sociales y de la comunicación
Columnas de GUADALUPE PERES-CAJÍAS