La brujería y los impuestos municipales
Unas pocas semanas atrás, la autoridad tributaria de la Alcaldía de Cochabamba ocupó los medios de comunicación para denunciar que un par de sujetos llegaron en autos lujosos a las puertas de la oficina de recaudaciones, ubicada en la plaza Colón, y esparcieron en el frontis aceites, unos preparados especiales con polvos y sal. Según las averiguaciones realizadas por esa autoridad se trataría de un evidente acto de magia negra para que el trabajo de los servidores públicos “sea malo… no se reciban ingresos… y… no se generen recaudaciones tributarias” y, ante todo, para que “le vaya mal a la persona que dirige”.
El par de sujetos malintencionados que realizaron esos rituales misteriosos de brujería fueron identificados, a través de las cámaras de seguridad, y extrañamente la autoridad denunciante les invitó públicamente a “explicar” sus actos. Quizás, para no ofender la inteligencia de los cochabambinos decentes, aclaró que este tipo de hechos no afectarían su gestión administrativa. Pensé que este incidente intrascendente terminaría ahí. No. Algunos periodistas picaron el anzuelo y consultaron a una clarividente afamada. La parasicóloga sentenció que son hechizos y brujerías ideados para “trancar”, negativizar, o perjudicar trámites”, usando “millo blanco, sal tostada, ceniza de muerto”, y otros elementos. Al final sugirió que los recaudadores municipales se echen una “limpia energética” lo más pronto posible.
En suma, parece que alguien, poco cultivado, ha diseñado el mensaje de que los ingresos municipales bajarán ostensiblemente debido a este amarre diabólico; además que el servidor público a cargo no logrará los objetivos y metas de recaudación durante este año y los siguientes, o entre tanto él este al mando, por culpa de ese polvo de muerto.
Bueno, en fin; y justo cuando yo estaba comenzando a creer que los resultados positivos de la gestión del alcalde Reyes Villa se debían a la idoneidad de los principales funcionarios que le acompañan. Después me enteré que el encargado de cobrar impuestos es un periodista (comunicador social) y confieso que no conozco el manual de funciones para ese cargo en el municipio para cuestionar o avenir su contratación.
Nadie en su sano juicio y en pleno siglo XXI se atrevería a justificar que la mala gestión del arquitecto que dirige una clínica dental se debe a alguna manipulación diabólica, o que las pérdidas económicas que soporta un supermercado no se deben a la gerencia confiada a un zapatero. He entendido la buena fe del funcionario y su gran entusiasmo de periodista para liderar el ente técnico de recaudaciones tributarias, pero existen líneas rojas que el principal ejecutivo del municipio debería trazar para evitar este tipo de protagonismos que confunden a la población. En cualquier parte del mundo civilizado y especialmente en el lugar en que se recaudan impuestos, existen ciertas normas básicas diseñadas sobre la base del principio de idoneidad y la experiencia profesional para seleccionar funcionarios públicos.
Lo que aún me extraña es que el funcionario de impuestos municipales no ha presentado públicamente a los embrujadores, pese a que los tiene identificados. Irónicamente diría: ¿será por temor a que los maleficios se compliquen si los descubre ante la ciudadanía? También he pensado que para ingresar a realizar trámites en la alcaldía hay que contratar a un alquimista experto en “limpias positivas” para armonizar con el ambiente malsano que impera en cualquier oficina edil.
En algún remoto municipio del altiplano boliviano probablemente esas prácticas sean entendidas de mala manera por la población, pero en una ciudad grande, como Cochabamba, solo cabe el silencio por la trivialidad del hecho y su nula relevancia. Si algún día alguien se propone contar una historia de los impuestos en Bolivia, este ya es un pasaje insoslayable que refleja el ánimo alegre del ser humano.
Me preocupa la prioridad que dio el funcionario a un hecho tan frívolo, y no quiero siquiera pensar que este hechizo se utilice como la principal razón para justificar la baja de recaudaciones tributarias, antes que reconocer la inoperancia administrativa, la pandemia y la crisis económica, o la milenaria resistencia de la humanidad a pagar impuestos. Tampoco quiero imaginarme que fue un acto preparado y deliberado en los centros de asesoramiento del alcalde, pues aquí tienen al primer ciudadano que les reprocharía públicamente, por su falta de tacto y sutileza para asustar a la población.
En fin, solo cabe recordarles que son autoridades de una ciudad con un alto porcentaje de personas educadas que han superado las supersticiones de generaciones ancestrales. Creo que ésta es una oportunidad excelente para girar el accionar edil hacia lo verdaderamente importante: dignidad, idoneidad y respeto en el ejercicio de la función pública.
El autor es abogado
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