Las raíces del autoritarismo en Bolivia
En la base de la cultura política boliviana se hallan el caudillismo, la desproporción entre medios y fines, el activismo ciego y la intolerancia con respecto al que piensa de manera distinta a lo aceptado convencionalmente. En la praxis política cotidiana predominan, además, factores adicionales que pueden ser adscritos al irracionalismo: la evocación de las pasiones, la fuerza de la atracción carismática, la pujanza de los instintos y los prejuicios, la influencia de las “místicas” nacionalista o revolucionaria y el estilo altisonante, pero vacío de la retórica pública. Todos estos fenómenos gozan aún de una estimación positiva en cuanto manifestaciones de una cultura original. No es raro que se los contraponga con bastante orgullo a la democracia aparentemente formal de las sociedades metropolitanas del Norte.
Otro de los rasgos del autoritarismo es el machismo, que en este país ha florecido con inusitada vehemencia y al que hay que atribuir una relevancia notable en muchos terrenos de la realidad social. El menosprecio de la mujer es sólo un aspecto de una actitud más amplia que denigra a todos aquellos que supuestamente son débiles y que se desvían de las rígidas normas preestablecidas de conducta. Es, en el fondo, la negativa a aceptar posiciones divergentes de la propia, la exaltación de un dominio irrestricto pero simple y el anhelo de ejercer algún poder, aunque sea dentro de las cuatro paredes de la estrechez familiar. La atracción del caudillismo carismático está ligada a la dimensión del machismo, que representa la posibilidad de identificarse con una personalidad que parece irradiar un alto grado de potencia física frente a otros y posibilita, por lo tanto, la veneración del jefe fuerte e imperioso, algo sumamente importante para la masa de súbditos de espíritu gregario y carácter débil.
Para entender el autoritarismo hay que poner en duda nuestras convicciones más íntimas y entrañables, por ejemplo, el sentido común de la sociedad boliviana. Esto es indispensable para comprender la base desde la cual el autoritarismo resulta tan aceptable para dilatadas masas sociales. Los factores que han moldeado en Bolivia el sentido común y la mentalidad colectiva exhiben rasgos premodernos y prerracionales, pues se trata de una concepción muy difundida que no se pone a sí misma en cuestionamiento, ni reconoce la relevancia del espíritu crítico, ni tampoco aprecia positivamente las comparaciones con el mundo exterior. Lo que significa esta expresión abstracta queda claro escuchando por unos minutos a un político habitual de esta sociedad o a un intelectual adscrito a las grandes verdades de la época: con gran seguridad y total aplomo estos señores reiteran los prejuicios más rutinarios y las generalidades más obvias. Es decir: lo que las audiencias quieren escuchar.
El autoritarismo en la vida política es fomentado por liderazgos carismáticos y por la destrucción paulatina del pluralismo. Una muestra clara de autoritarismo es el comportamiento persistente de las dirigencias de los partidos populistas, que tiende a la manipulación de los propios adherentes, pues la comunicación interna en el seno de estas organizaciones es siempre unidireccional: del líder al pueblo. Dentro del partido los militantes tienen en realidad poco que decir. Conforman la masa disponible, proclive a ser manejada arbitrariamente por la jefatura partidaria. El partido populista adquiere el carácter de un hogar, en el cual todo tiene su lugar conocido y donde la jefatura adopta fácilmente un rol pedagógico paternalista.
La religiosidad popular, que desde la época colonial favorece las emociones y denigra los esfuerzos racionalistas, ha contribuido significativamente a consolidar esta atmósfera autoritaria. Al igual que las creencias religiosas elementales, la ideología de los partidos populistas no exige grandes esfuerzos teóricos a ningún simpatizante o militante. En el fondo, se reduce a una visión dicotómica de toda actividad política: patria / antipatria, amigos / enemigos, los de adentro contra los de afuera. Este enfoque está destinado al ciudadano simple, al clásico descamisado peronista o al ingenuo creyente en dogmas políticos simplistas.
Las masas populares se pueden equivocar con la misma facilidad que lo hacen los individuos. Equivocarse es lo más usual en este mundo. Regímenes desastrosos llegaron al poder con amplio respaldo popular y legal, como los de Hitler, Mussolini y Perón. Nuestra obligación es mantener una distancia crítica con respecto a todos los regímenes políticos y a todos los experimentos sociales.
El autor es filósofo
Columnas de H. C. F. MANSILLA