El poder en Bolivia, ese oscuro objeto del deseo
Al director de cine español, Luis Buñuel, le obsesionaban muchas cosas. Su corriente surrealista lo llevó a crear obras maestras que reflejaron con crudeza a una sociedad decadente, podrida y sin una esperanza para reivindicarla.
Me presto, arbitrariamente, el título de una de sus películas más impresionantes y polémicas. “Ese oscuro objeto del deseo”. Más que el título, es la carga poderosa que contiene su significado o su simbología para interpretar cualquier posible escenario social, político, económico y cultural.
El poder es un oscuro objeto del deseo, casi siempre.
Es el fetiche que se inclina hacia la ambición y la distorsión de valores morales y éticos. Conduciendo a la humanidad hasta la degradación más miserable que se pueda imaginar.
“El poder central no reside en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los partidos políticos, sino en el Estado”, aseguraba el escritor mexicano Octavio Paz. Libertad, lucha y derechos fueron las consignas de los revolucionarios de siglos pasados que se enfrentaron contra las monarquías para terminar con los gobiernos de los hombres y edificar con solidez, verdad y justicia el gobierno de las leyes. Las reglas sobre las cuales se asentaron los principios legales de un país fueron claras y contundentes. Desprender al Gobierno del Estado y que, a su vez, la sociedad adopte una organización jurídica en la que pueda ejercer sus derechos y obligaciones. Limitar el tiempo en las coyunturas políticas para evitar la corrupción, distorsión de la institucionalidad y, desde luego, el desgaste de la democracia y la adopción de gobiernos totalitarios.
Esas consignas revolucionarias se cumplieron, y se logró desbaratar gobiernos corruptos, despóticos e injustos que conducían a sus pueblos hacia la opresión y al oscuro mundo de la obediencia.
Y así, con sus falencias y sus virtudes, la democracia abrió caminos a fuerza de lucha y sacrificios como la mejor opción para convivir y administrar un país. Costó mucho y, por ello, perderla o permitir que la inhabiliten sería un retroceso y un atentado a la libertad y al disenso.
América Latina es un ejemplo claro de esos vaivenes coyunturales. Entre tiranías, autoritarismos y ambición perpetua en el poder, también forjó métodos para encontrar una estabilidad en sus gobiernos y en sus instituciones que garantizaran bienestar social y una sólida protección económica y política.
Sin embargo, no siempre esos esfuerzos se consolidaron: aún ahora, las distintas coyunturas no ofrecen una sólida convivencia democrática y una estabilidad que garantice las libertades, alternancia en el poder y equidad de derechos.
En El arco y la lira, Octavio Paz examina una suerte de combinación contradictoria: poesía, sociedad y Estado. “Ningún prejuicio más pernicioso y bárbaro que el de atribuir al Estado poderes en la esfera de la creación artística”, sostiene Paz. En este capítulo se intenta establecer la terrible función del Estado como un atomizador de las sociedades. Un poder que no intenta salvar las necesidades de los pueblos, sino salvar su propio entorno, su propio pellejo.
Bolivia es el referente más cercano para desmembrar sus aciertos y contradicciones en materia de inestabilidad social, política y económica: dictaduras, democracia incipiente y, ahora, continuidad de injusticias, autoritarismo, corrupción y, desde luego, el poder como ese oscuro objeto del deseo.
El expresidente Evo Morales delegaba la tarea de afirmar oficialmente que deseaba ser presidente de Bolivia por los siglos de los siglos, amén, a “las bases”, a los que él consideraba y considera aún la voz del pueblo y fuente de todo su poder.
Desvirtuó por completo el concepto de alternancia: “La alternancia es cambiar de modelo económico”, aseguraba. “Su modelo va bien”. “Quiere decir que Evo también está bien”.
La alternancia no tiene nada que ver con modelos económicos: es un factor imprescindible de la democracia en pos de su dinámica y de una visión participativa en materia política. La continuidad indefinida en los cargos del Estado o en el Ejecutivo, así haya sido resultado de elecciones libres y democráticas, no deja de ser negativa y proclive a distorsionar una democracia real.
La democracia se fortalece y se nutre a través de la alternancia en el mando y en el gobierno (Poder Ejecutivo). La perpetuidad en el poder y los mecanismos irregulares para hacer que un gobierno imponga su ley y su mandato desembocan en absolutismos y en regímenes de facto.
La alternancia en el poder es “un principio democrático”.
Pero no solo debe existir alternancia en el mando, sino también, desde luego, en el poder. Lo que pretendía Evo Morales era eludir ambas cosas, para asegurar, a través de mecanismos legítimos e ilegítimos, una continuidad indefinida en el poder.
La alternancia democratiza y fortalece a un país, es la vacuna contra la corrupción, el clientelismo, las prebendas, las injusticias y los poderes institucionalizados en la cosa pública.
Hoy, Bolivia, aún está presa de ese oscuro objeto del deseo llamado poder, las terribles deficiencias en materia de justicia, libertad y transparencia están debilitando la institucionalidad democrática de una manera peligrosa.
Ojalá que la visita del Relator de las Naciones Unidas a nuestro país aclare el panorama de la administración de nuestra justicia y lo haga de una manera objetiva y completamente neutral.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.