Ucrania, 1933: Holodomor, censura e impunidad
Una conversación singular se inauguró en septiembre de 1933 en Londres entre los periodistas británicos Erick Arthur Blair y Gareth Jones, tras el regreso del segundo de su reveladora incursión en la Ucrania de Iosif Stalin, de donde trajo consigo el dantesco testimonio del Holodomor, la hambruna genocida inducida por el régimen soviético que extinguió diez millones de vidas ucranianas, precisamente durante el aparente mayor auge del comunismo.
Dado su rol previo de asesor en Asuntos Exteriores del Primer Ministro británico, Gareth Jones vio cuestionada la imparcialidad y confiabilidad de su reporte, pues su testimonio destruía algo que para el régimen comunista era infinitamente más valioso que la vida humana: la utopía de un Estado colectivista de bienestar convertida en el mito de poder de Stalin a fuerza de subsidiar la imagen de abundancia en la metrópolis soviética, explotando Estados satélites con un sistema extractivista de depredación forestal y agricultura exhaustiva no planificadas.
No obstante, Jones, quien había alcanzado celebridad como periodista tras su develadora entrevista a Adolf Hitler, no era ya asesor de Sir David Lloyd George cuando su subrepticia pesquisa lo llevó hasta Stalino –hoy la provincia separatista de Donetsk– que entonces la propaganda prosoviética promovía como arquetipo de eficiencia de su sistema agrario.
Sin embargo, una lógica siempre más poderosa que la transparencia – el interés comercial de Europa y EEUU en la URSS – coludió a la prensa occidental y la máquina de propaganda del régimen estalinista para sostener la falsa imagen de éxito de una ingeniería social y un modelo productivo apenas capaces de cubrir las cuotas de exportación de trigo y la ficción del “milagro comunista” al costo de la desproletarización de las granjas, el agotamiento de los suelos y el genocidio ucraniano.
El fracaso del modelo colectivista soviético, que según el antropólogo James C. Scott fue “una de las más grandes utopías de ingeniería social del siglo XX y un fallido intento a gran escala para rediseñar la vida rural y la producción” (Yale, 1998), había sido alertado por Jones medio siglo antes de que el Glasnost transparentara todo el horror encubierto de su costo humano.
Jones terminaría secuestrado y asesinado en Mongolia en 1935, pero primero la censura estalinista intentaría sepultarlos en vida a él y a la evidencia sobre el totalitarismo genocida detrás de la utopía soviética. Entretanto, su contertulio Eric Blair asumiría una nueva identidad literaria e inmortalizaría la trágica saga de Jones y su legado testimonial en una metáfora imperecedera: Animal Farm o Rebelión en la Granja.
Publicada bajo el pseudónimo que hizo a Blair epítome de la crítica antitotalitaria –George Orwell–, el confidente de Jones expuso la farsa colectivista y reivindicó para siempre la verdad histórica que le costó a su par galés una muerte en el descrédito y la censura cómplice de los grandes medios informativos de Europa y EEUU.
No coludidos pero aún cómplices, los medios occidentales y el aparato de propaganda ruso vuelven hoy a conspirar para que la censura y sordos monólogos priven al mundo de escuchar todas las voces sobre lo que acontece durante la marcha sobre Kiev. El esfuerzo de Elon Musk por evitar con sus satélites que Putin controle las comunicaciones en la ocupada Ucrania fue desmerecido por la censura dictada por la Comisión Europea a las cadenas Russia Today y Sputnik por “propagandistas”, acción retrucada por el decreto de Moscú que proscribió informar en contrario al régimen y provocó un éxodo de medios internacionales fuera de Rusia.
La digna aunque testimonial resistencia ucraniana a una nueva anexión a esa federación, planteada por Putin como la romántica restauración de la Gran Rus, tiene raíces en el inhumano proceder de un régimen para el que Ucrania nunca fue sino una granja que subsidió la utopía quebrada del comunismo con millones de vidas; un extremo que prosperó y permaneció impune gracias a la censura que la prensa occidental y la moscovita propiciaron, aquel entonces de manera cómplice y hoy de manera disconexa pero coadyuvante.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO