Negritud, masculinidad, la Academia y el Príncipe de Bel Air
Como corriente de magma cunde un sensación de indignación global que demanda condena para el asalto flagrante y alevoso perpetrado por el actor Willard Caroll Smith Jr. la noche de la gala anual de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, un atentado con múltiples víctimas entre las que me referiré a cuatro que sufrieron daños irreversibles.
Su primera víctima fue la doctrina de la Negritud, el movimiento negro, para el que la metamorfosis involutiva del “campeón” de la corrección política frente a millones de testigos representa un retroceso de un siglo en la búsqueda de un cambio de percepción de lo afroamericano. La Negritud, según Sartre “la negación de la negación del hombre negro”, la lucha por reconocimiento e identidad frente a políticas metropolitanas de asimilación colonial, fue quien recibió el más duro revés de mano de Smith la noche de los Óscares.
La América Blanca resiente la Negritud y su origen, Haití, por entrañar no sólo la posibilidad de un Estado negro, sino además porque la república caribeña que inspiró la gesta de Bolívar le recuerda a EEUU que su rancia Declaración de Independencia no fue la primera del continente. Haití, utopía civilizatoria del hombre negro, permanece por ello opacada tras esa imagen incansablemente mostrada por CNN de un Puerto Príncipe posterremoto, sumido en un tribalismo y una violencia parricida de las que la actitud de Smith fue retrato leal.
Su segunda víctima fue la nueva masculinidad, ese movimiento que reinventa el rol del varón redimiéndolo de los estereotipos de toxicidad machista, reconectándolo con una paternidad corresponsable y la crianza compartida de los hijos; replanteando los términos de un nuevo pacto de géneros para dejar de ser el villano en la narrativa reductiva y maniqueísta producida por las oenegés de George Soros y su “leninismo misándrico”. La escena del domingo de la gala fue la perfecta evocación de ese arquetipo patriarcal, potencialmente homicida, cuyo argumento crónico para reivindicar con violencia su rol tutelar sobre la mujer-objeto ha sido “defender la familia”.
En su explícita aceptación de una relación conyugal abierta y su contradictorio arranque contra Chris Rock, Smith proyectó detrás suyo, y de toda la masculinidad, la sombra de O. J. Simpson. Su tercera víctima mortal fue la mismísima industria del cine; un Hollywood que vino bregando la última década por desmarcarse de la percepción crítica alrededor de su órbita de licenciosos excesos encubiertos por conexiones políticas y el marketing alienante de su “glamour”.
El régimen de explotación laboralsexual impuesto por Harvey Weinstein, la impunidad sistémica prodigada a las inconductas de Woody Allen –en claro contraste con la ejecución pública sumarial de Bill Cosby–, son sombras que las casas reales de Hollywood trataron de disipar con millonarias campañas de inclusión de etnicidades, aceptación de la diversidad sexual y penalización del patriarcado que llevó a Disney y Warner incluso a eliminar personajes y diálogos sexistas y racistas de sus clásicos animados.
Todo ello fue a la basura tras que al desplante de Smith le sucediera el ingenuo intento de la Academia de solapar el incidente, lo que desnudó que debajo de su nueva marca pervive esa Hollywood permisiva denunciada por Kenneth Anger (Hollywood Babilonia, 1959), Mario Puzo (El Padrino, 1969), James Ellroy (L.A. Confidencial, 1990) y Joel Coen (Hail Caesar!, 2016). Su cuarta y última víctima fue su homónimo Will, su primer personaje, un joven afroamericano que huyendo de la violencia del ghetto negro en Filadelfia se convertiría en príncipe del exclusivo suburbio californiano de Bel Air y que llevaría al actor a convertirse en prototipo de la inclusión del hombre negro. Pero el penoso papel de Smith el domingo de los Óscares liquidó toda la mística de un personaje y un sitcom innegablemente influyentes en el rebranding de la cultura negra americana del siglo XXI.
Por propia mano, Will Smith cayó de la gracia de las elites culturales y se unió a la galería de mitos oscuros de la media como O. J. Simpson, Bill Cosby, Michael Jackson y Tiger Woods, que configuran el encuadre de prejuicios construidos sobre el negro americano cual inadecuado, propenso a la violencia y a conductas sexuales reñidas con la paradojal ética protestante que practican los capitalistas dueños de la “nueva gran plantación” de Ganesh Da Silva, en la que las posibilidades del hombre negro se reducen a las dos trágicas opciones dadas por Malcom X: “field negro” o “house negro”.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO