El debate sobre el mestizaje y el censo
“Las categorías expresan formas del ser, condiciones de existencia”, escribió Marx en sus Grundrisse. Por su parte, Emile Durkheim y Marcel Mauss sostuvieron que las categorías de clasificación representan la morfología de una sociedad. Los modos en que los sujetos se representan y representan a los otros expresan el modo en que se figuran su posición en el mundo con respecto de los demás.
Desde esta perspectiva, en todas las sociedades, las jerarquías sociales, las divisiones de clase, la diferenciación étnico-racial, están representadas a través de sistemas clasificatorios que forman parte de nuestro universo simbólico, es decir, de las representaciones sociales que circulan en la vida cotidiana, que se expresan mediante el lenguaje a través de categorías émicas.
Entre otras cosas, las categorías son criterios de percepción y apreciación, habitus. Por ejemplo, categorías como la de “blancón”, “morenito”, “negro”, “piel canela”, presentes en los intercambios coloquiales, expresan criterios de clasificación racial. La percepción sobre la textura de los cabellos (si es “fino y delgado” o “grueso e hirsuto”), sobre la forma de la nariz (“aguileña”, “lora”, “ancha” o “respingada” y “delgada”), sobre el color de los ojos (“verdes”, “azules”, “marrones”, “negros”), siempre acompañada de un tipo de valoración (“choco y de ojos azules” como sinónimo de belleza, o “morenito” como sinónimo de menor atractivo, en ciertos contextos de enunciación), forma parte de una extensa red de sentido racial que define categorizaciones jerarquizadas de unos con respecto de los otros y, en este sentido, respectivamente, aprecios y desprecios que acontecen en la vida cotidiana.
En Bolivia las categorías de percepción y apreciación racial están indisolublemente hilvanadas con las de etnia y, en esta medida, con el mito de los orígenes. Es decir, se asume que el color más claro o “blancón” de la piel tiene un origen europeo, en tanto el color moreno tiene un origen nativo, “originario”; asociación que conlleva la referencia a procedencias culturales y civilizatorias distintas. Los individuos que se reconocen como “mestizos” suelen hacer alusión a estas dos vertientes, es decir, a la “mezcla de sangres” y de “cultura”. En el imaginario social, la vinculación entre las representaciones fenotípicas de raza y una ascendencia compartida (un origen étnico común) suelen siempre ir de la mano. De ahí que sea más pertinente hablar de sistemas clasificatorios étnico-raciales.
Desde el punto de vista de la autocategorización, es decir la categoría étnico-racial que uno se asigna, el abanico étnico-racial en Bolivia es muy complejo: quechuas, aymaras, guaraníes... quechuas-mestizos, aymara-mestizos, guaraníes-mestizos… mestizos, blanco-mestizos, blancos, sólo para mencionar algunas de los más visibles.
Las categorías étnico-raciales van de la mano de diversos posicionamientos en la división social del trabajo, se relacionan con el acceso diferenciado a la educación escolar y universitaria, a los recursos, a la propiedad y al disfrute de los productos del trabajo humano (o del producto del trabajo ajeno). En Bolivia, históricamente las divisiones entre explotadores y explotados estuvieron relacionadas con la división entre opresores y oprimidos en base a criterios étnico-raciales. Pero el surgimiento de nuevas clases medias, nuevas burguesías y autoridades estatales de origen indígena han complejizado esta realidad.
La historiadora Rossana Barragán mostró que el mestizaje se encuentra relacionado con procesos de movilidad ascendente. El acceso a la educación superior, a la propiedad, al consumo, inciden en la autoadscripción étnico-racial. Un estudio reciente sobre movilidad social, realizado por el PNUD, mostró precisamente que más del 70 por ciento de la llamada “nueva clase media” de origen indígena no se reconocía ya como tal.
A contrario, ¿en qué medida la subalternidad, el poco acceso a la propiedad, a la educación formal, siguen constituyendo la condición donde se reproduce la indianidad? Entre otras cosas, un censo debería permitir conocer esta complejidad, para actuar a través de políticas en ese escenario, claro está. Pero oficialistas y opositores se encuentran obcecados por sus tipologías homogeneizantes (“todos somos indígenas”, “todos somos mestizos”). En vista de ello, no piensan que el Censo sea un instrumento de recolección de información para conocer la realidad, sino una especie de plebiscito que debe dirimir sobre un determinado paradigma estatal (republicano via-a-vis plurinacional). Servirá nuevamente para producir ideología al servicio del poder reinante antes que conocimiento científico.
“Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos —escribió Marx en El Capital—. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos”.
Columnas de LORGIO ORELLANA AILLÓN