No hay mal que por bien no venga
Todos estamos de acuerdo en que Impuestos Nacionales cometió un supremo acto de imbecilidad y autoritarismo cuando decidió amenazar al cómico Pablo Osorio. De sólo pensarlo... iniciar un proceso legal porque no les gustó un muy pertinente y gracioso tiktok... ¿puede haber una peor manera de utilizar los recursos y el poder del Estado?
Pero creo que es posible sacar una lección positiva de este lamentable asunto.
Y la lección es que no hay que dar demasiado poder a las entidades públicas. Añadiría que nunca hay que confiar, pero nunca, en la buena voluntad de los burócratas.
Digo esto basándome en mi experiencia como ciudadano, estudioso del Estado y, sobre todo, exburócrata.
Es cierto lo que dicen: el poder corrompe. Se olvidan añadir, sin embargo, otro efecto igual de negativo. Me refiero a la estupidez. En efecto, el poder hace que la gente se vuelta estúpida... o más estúpida, si la materia prima neuronal no era de muy buena calidad desde el principio.
Casos como el de Impuestos deberían llevarnos a la conclusión de que el Estado debe ocuparse de pocas cosas, muy delimitadas y concretas, con un permanente control ciudadano y la mayor eficiencia posible.
Es absurdo y suicida esperar, como sugieren algunos loquitos, que el Estado se ocupe de todos los aspectos de nuestra existencia, como una superniñera o un padre todopoderoso.
La administración pública nunca estará en manos de ángeles o genios. En Bolivia, para agravar las cosas, tenemos a burócratas como el sombrío, solemne y alelado señor Cazón, presidente de Impuestos, modelo de estulticia y verticalismo... ¿de verdad quieren más presencia del Estado con esta clase de funcionarios?
Nuestro objetivo no debería consistir en crear más oficinas públicas. Al contrario, tendríamos que asegurarnos de que las que existen, sobre todo, pero no únicamente Impuestos, no causen demasiado daño.
De verdad, ¿quién está tan loco como para querer que gente como el señor Cazón pueda decidir sobre nuestras vidas?
Columnas de ERNESTO BASCOPÉ