Ecuador, el día después
Jueves, después de 18 días de paro y no sin tensiones en la mesa de negociación, se firmó el acuerdo entre el movimiento indígena y el gobierno. El acuerdo ni es bueno ni malo, es lo que hay. Lo único claro es la fractura entre los dos países, retratada con pincel de odio en calles y redes.
El video se viraliza. Es una vagoneta negra último (o penúltimo) modelo que derrapa, a propósito, en una avenida ancha bloqueada con llantas en llamas y jóvenes con bandanas cubriendo boca y nariz. No buscan detener la Covid, sino el gas que lanza la Policía y el humo tóxico de la goma quemándose.
Los comentarios en YouTube, Facebook y otras redes son hasta más incendiarios que las fogatas prendidas sobre el pavimento.
—Déjennos trabajar, salvajes.
—Claro, como tú sí tienes trabajo… y no piensas en nadie más. No todos somos como tú.
—Ay, Dios mío, le va a atropellar, le va a pasar el auto por encima.
—Impiden la libertad de circulación, que se mueva, es un vándalo.
—Está sacando un arma, va a disparar y disparó al aire. Qué horror. Asesinos.
—¿Eso es una marcha pacífica? Violentos, delincuentes.
Entre los chats cerrados de cada barrio los comentarios no filtran los sentimientos de una sociedad en contradicción, normalmente, silente.
—Compañeros: esta vez no se va a permitir que salga ninguno a las calles, ni autos, ni buses, ni vendedores, no puede ser que nosotros sacrificándonos y ellos trabajando.
—Se les pincharán las llantas, se les romperán los parabrisas con piedras y se les quitará su mercadería.
—Vamos a marchar y saquear al que no nos acolite en el paro.
En el otro lado …
—Prendan las alarmas y dejen luces en todas las casas porque se están entrando, invaden fincas, casas, departamentos.
—Qué prefieres, ir a la fiscalía para reconocer a tu familia muerta a golpes por estos salvajes o que te tomen preso por haberle disparado, pero tu familia viva….
—No entienden, el indio siempre ha sido traidor no van a respetar el diálogo.
Pozos petroleros tomados e infraestructura destruida, adoquines antiguos convertidos en misiles pétreos, manifestantes muertos y otros heridos por perdigones, árboles añejos aserrados para bloquear carreteras, policías muertos y heridos, una ciudad entera con su agua potable contaminada con aceite , enfermos que no llegan a sus tratamientos o no reciben oxígeno, mujeres, hombres y hasta niños subidos a fuerza de amenazas a buses para fortalecer el paro a kilómetros de sus comunidades. No, el paro nacional en Ecuador, esta vez como en 2019, no fue pacífico.
Ahora queda reconstruir calles, como dice algún alcalde. ¿Y qué hacemos con el tejido social que si ya estaba golpeado ahora está herido de muerte?
Los campesinos que llevan alimentos a los mercados desde el sábado serán mirados con desconfianza. La “veci” que vende tomates en la esquina del enclave rico de Quito no tendrá el saludo cantarino de sus clientes. El lava-autos que donó llantas viejas a la movilización y cobró “peaje” a los otros vecinos tendrá que cambiar un tiempo de oficio, porque sus antiguos clientes, los de las vagonetas negras último (o penúltimo) modelo, no dejarán un solo dólar en su pequeño negocio.
Se rompen los hilos del ecosistema productivo y comercial del país porque, aunque se sigan haciendo negocios y se mantengan los contratos y los pagos, la confianza como moneda de cambio ha dejado de existir. Se extinguirá, con ella, la capacidad de aprender y enseñar en las cadenas. Y ese “no sé qué” tan importante como intangible que consigue que uno aprenda del otro y crezca desaparecerá por al menos una década. Empresarios grandes y pequeños dejarán de mirarse y se acentuarán los mitos de que unos son “salvajes” y los otros “egoístas prepotentes” y por eso el país no funciona.
Columnas de MARÍA JOSÉ RODRÍGUEZ B.