Las lecciones de Albertina
Albertina Sacaca, la joven influencer de 6 millones de seguidores, ha revelado rasgos esenciales de la sociedad boliviana, fuertemente impregnada por la ética aymara o quechua, de raíces agrarias y comunitarias.
Lo ha hecho sin proponérselo y a partir de su bien ganada fama. La joven goza de una posición muy cómoda en el mercado de los likes, todo ataque la lleva a fortalecerse, toda agresión en su contra, cohesiona a sus seguidores y le permite seguir cosechando atención y adeptos.
Las reacciones a favor y en contra de que Albertina cobre dinero por su trabajo ponen en evidencia que la sociedad boliviana es adversa a la acumulación.
Somos un pueblo que ha sabido execrar al rico, por lo cual nadie es un orgulloso ostentador de riqueza material. El que se encumbra, no sólo se rodea de envidia, sino también de una exigencia generalizada para que redistribuya lo que tiene. En Bolivia, el único rico prestigioso es el que se prodiga, el que lanza billetes por la ventana, el que compra hectolitros de cerveza o hace donaciones a lo Max Fernández. El dinero es para comprar prestigio y gratitud.
El discurso audiovisual de Albertina se basa en su condición humilde. Como ya lo había hecho Nancy Risol en Ecuador, Albertina convierte su pobreza en tierna jactancia. Se llena de orgullo por sus carencias y alivia los complejos de quienes sin tener nada, pueden presumir ser felices con poco. Ese es el discurso que encanta.
Por eso, sólo saber que aquello tiene un costo y que puede albergar provecho individual genera molestia.
Los bolivianos, o quizás los bolivianos andinos, somos solidarios y solitarios al mismo tiempo. Nos asociamos para festejar, cavar zanjas de alcantarillado, bloquear carreteras o techar la casa de la viuda en desgracia. Ahí bulle nuestro espíritu colectivo.
La contracara de ello es la aversión enfermiza al lucro. Nos irrita que alguien se aproveche individualmente de una acción colectiva. Por eso, cuando una ONG se marcha del país, nos repartimos hasta los ceniceros con tal de que nadie quede como heredero único. Nos encanta el ascenso social, pero en masa. Son los rasgos de una sociedad asentada en lo agrícola y lo pastoril. Quizás por eso, pocas industrias logran ponerse en pie. Somos refractarios a ese tipo de capitalismo.
Albertina seguirá siendo un encanto mientras mantenga, así sea de manera cada vez más fingida, ese discurso original. Somos sus fans por lo que nos enseña, por el espejo que es y en el que nos miramos cada día.
Columnas de LA H PARLANTE