El censo postergado y los bufeos en peligro
En la Sala de la Libertad de la capital de la República de Bolivia, resaltaban no una sino dos banderas cuadriculadas de los Tercios de Flandes, tropas españolas destacadas en las que resistían los corcoveos holandeses allá en el siglo XV. Ahora como wiphala, es madre putativa de los “originarios” creados por uno que quizá no hablaba ni leía ninguna de las lenguas nativas de Bolivia. En Sucre eran de mayor tamaño que las banderas tricolores de la patria honrada entonces.
Sostengo que así Diego Velázquez no hubiera perpetuado en un lienzo momentos previos al Sitio de Breda, habría que imaginarlos. Aun así, más difícil sería conjeturarlos con mujeres “tejiéndolos” en un pedazo de tela (¿habían palillos para tejer en el mundo aimara?). Liderando a enfervorizadas huestes de cacicazgos en Carangas, perdieron conflictos contra los quechuas del imperio Inca. Pero dejemos a los etnohistoriadores retratar esos momentos.
Tal vez exagero comparando el Censo de Población y Vivienda de 2022 y la actual wiphala. En sentido nato, el censo es un “padrón o lista de la población o riqueza de una nación o pueblo”. Es usual realizarlo cada diez años. Es muestra de la incompetencia burocrática del Gobierno “originario” que el de 2022 fuera postergado, toda vez que hasta se habían desplegado, o se iban a desplegar, creo, 150 “censadores” en el territorio de Bolivia.
La wiphala, a su vez, es una imposición del presente régimen que funge como estandarte de los campesinos, que hoy se han convertido en “originarios”, como si el resto de bolivianos fueran marcianos. Es divisionista por definición, dado que representa a un sector cada vez más menguado por la tendencia a la urbanización de la población nacional. Es una conjetura por historia, porque existen dudas sobre su autenticidad en sociedades precolombinas que quizá representaban a sus pueblos por otros medios.
Es posible que semejante falacia sea dada por los prejuicios étnicos, socioeconómicos y culturales que disfrazan complejos raciales que tienen más años que la República. Desconocen una mixtura de gentes, inclusive desde la práctica precolombina de aparear a prominentes féminas del vencido con alguno de los vencedores. Difícil es creer que las doncellas de los conquistados se “enamoraban” de los conquistadores, así éstos llegaran al Nuevo Mundo sin hembras. Desde Canadá a la Patagonia, ¿acaso el folklore no idealiza atributos femeninos afroamericanos o indígenas?
En el contexto boliviano actual, es certero afirmar que el censo tiene motivaciones políticas. Como la Constitución del país dispone la representación congresal por el número mayor o menor de sus habitantes, un recurso facilón sería optar por el prejuicio entre collas y cambas. Sin embargo, el aumento de la población de Santa Cruz no tiene que ver con la fertilidad cruceña. Cuantiosos contingentes de benianos, paceños, cochabambinos, orureños, potosinos y tarijeños engrosan la población de ese distrito, al extremo de que “la Ciudad de los Anillos” es crisol de la nueva ‘Bolivianidad’.
La escueta noticia del rescate de siete bufeos que estuvieron aislados en cuerpos de agua del Río Grande me indujo a cavilar. Sugiere que los cambios anuales de curso de ríos jóvenes no sólo se originan con crecidas del tiempo de aguas, que deja meandros cuando los ríos vuelven a cauces normales. Me recordó al albo cetáceo beluga, que conocía como el caviar que probé en algún cóctel “fufurufo”. Originario de árticos mares helados que se derriten, muerto de hambre, soledad y calor en una esclusa estancada del río Sena en París, tenía que ser una víctima más del cambio climático.
¿Qué pueden saber los bolivianos aferrados a los Andes, de los sociables delfines de río, algunos embellecidos por su rosado color, que retozan en los ríos amazónicos de Bolivia? Suerte la mía de un desayuno a la vera de un afluente del río Iténez o Guaporé, viendo las piruetas juguetonas de una familia de estos mamíferos, cada vez más arrinconados por mineros del oro que contaminan de mercurio las aguas ribereñas, o palpitantes de miedo por los humanos que los miran como a seres de otro planeta. ¿Sobrevivirán para ser algo más que figuritas de cuentos, como los jaguares?
Mi afiebrada imaginación entreteje ranas gigantes que descubriera Jacques Cousteau en el Lago Titicaca, con bufeos en peligro de extinción en ríos benianos. Enfrascados en diferencias bizantinas, los variopintos bolivianos no aprovechamos nuestro legado natural, donde cada vez menos son las especies vegetales y animales que no hemos sabido preservar. Encima, ahora se nos viene el calentamiento global…
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO