¿Por qué matar a Rushdie?
Quería decir algo sobre Salman Rushdie, el célebre escritor agredido hace unos pocos días por un pobre diablo en busca de notoriedad y, tal vez, sentido existencial.
El problema es que no termino de entender las motivaciones del agresor ni las razones que justificaron la condena a muerte del escritor.
Es decir, todos sabemos que una recua de fanáticos, seguidores de una religión primitiva, decidió en 1989 que una de sus novelas era ofensiva, razón suficiente para exigir la muerte del autor y ofrecer una recompensa a quien lo asesinara. Sin embargo, esos son los hechos solamente... La verdad es que no logro entender las operaciones mentales de todos esos cretinos dispuestos a matar porque se sienten "ofendidos".
Entonces, ¿qué puedo decir al respecto? Estoy frente a un abismo de estupidez que rechaza cualquier análisis racional. Creo que no poseo las herramientas para comprender a estos asesinos.
He conocido a eternos ofendidos, evidentemente, pero sólo a los de la variedad silvestre que pulula en las redes. Y en general es gente con alguna limitación intelectual o con el triste resentimiento que tanto se promueve en este país, herencia de medio milenio de lamentos. No estoy seguro de que esos pobres diablos hagan alguna vez otra cosa que quejarse y rebuznar su rencor.
Y sin embargo, ¿será el resentimiento la explicación? Es cierto que los ofendidos por Rushdie cultivan una relación de amor-odio con Occidente. Lo odian por su progreso, que pone en evidencia el propio atraso, al tiempo que anhelan imitarlo y lo envidian.
¿O quizás es la única manera que tienen de existir? Ya que no pueden crear ni persuadir, acto que requiere un mínimo de inteligencia, no tienen más opción que la violencia primitiva.
Pero no. Siento que nada de esto es suficiente. Tiene que haber algo más detrás de ese encarnizamiento con Rushdie.
Así que aquí estoy, perplejo ante un universo de violencia que no quiere decir su nombre. Y frente a la brutalidad de los ofendidos, la serena entereza de un escritor.
Quizás valdría más la pena ocuparse de él... y olvidar por completo la siniestra estupidez de los asesinos.
Columnas de ERNESTO BASCOPÉ