Otra vez el fútbol como patrimonio social
En un artículo anterior traté de mostrar la esencia del fútbol como una práctica deportiva que puede coadyuvar al esfuerzo y a la voluntad de un querer colectivo de seguir formando personas de bien. Diferenciaba claramente la idea del fútbol como un medio (escuela de vida) del fin de llegar a ser futbolista profesional “a como dé lugar”. Observaba ciertas desviaciones que alejaban el fútbol de una actividad considerada patrimonio social de relevancia a fin de seguir contribuyendo al ideal de aportar elementos proactivos para una mejor sociedad. Con cierta tristeza, observé conductas “no del, sino en el fútbol” que, definitivamente, nos iban alejando más y más de ese horizonte esperanzador de ser parte de la construcción de relaciones sociales para el bien público. Parecía que la decepción se fue adueñando de últimos atisbos de esperanza salvadora puesta en el fútbol, viéndolo convertirse, él también, en un elemento contaminante que profundiza la crisis de valores y principios que vislumbramos al interior de nuestra sociedad. Es decir, las prácticas que vemos en el mundo del fútbol refuerzan esa manera de ser y estar en la sociedad que fomenta la viveza, el oportunismo, el favoritismo y el prebendalismo, todos aspectos que no nos permiten llevar conductas de fair play de la cancha al ámbito social del cotidiano vivir.
Preocupa que el mundo de los adultos no perciba lo nefasto que toda actividad humana mal concebida y mal conducida pueda llegar a significar en la formación y educación de un niño. En la sociedad, pero también en el fútbol. Los adultos, no nos ponemos a pensar en el impacto de tales actitudes y, menos, nos hacemos responsables de las consecuencias.
Junto a otros apasionados, acompañé con entusiasmo el proceso de formación deportiva y futbolística de muchos niños. Vi cómo fueron creciendo los niños al practicar el fútbol, como personas y futbolistas. Vi su proceso de aprendizaje y vi crecer en ellos la esperanza de querer demostrar su capacidad y habilidades a medida que las iban incorporando como parte de su forma de ser. Es decir, su personalidad fue fortaleciéndose dentro y fuera de la cancha.
Eso vi: un muchacho que fue aprendiendo a vivir apasionado también a través de la disciplina futbolística, el que terminaba rápido sus tareas para correr al entrenamiento, llegar puntual, esforzarse y esmerarse en el trabajo de preparación con vista al infaltable partido del fin de semana. Un muchacho que compartió el esfuerzo con otros jugadores, sus compañeros de juego, conformando un equipo para conseguir metas en comunión. Un muchacho que aprendió a ganar y perder, como suele ocurrir en el mundo del fútbol. Que se tornó competitivo y listo para enfrentar retos cada vez mayores. Estuvo en el exterior para conocer otros niveles de preparación y trabajo y asumirlos como parte indivisible de sus tareas diarias.
Pero lo que pensó que iba a ser no se dio porque lo que le enseñamos no fue precisamente lo que se daba en la realidad. Los hechos se tradujeron en otra imagen: no era el esfuerzo personal que acompañaba el éxito. Para ser tomado en cuenta, para ser parte de un equipo y para jugar, otros factores ajenos a la práctica del fútbol fueron apropiándose de su opción de desenvolverse en ese ámbito profesional. No faltaron las posibilidades: se las negaron por ser de un club de un bando y no del otro, por no tener el nombre passepartout, por no estar dispuesto a entregar el dinero “exigido a cambio”, por no tener el apoyo de un dirigente de peso o del representante adecuado o porque al entrenador se lo habían charlado otros. Cuando en algún momento lo vieron con interés, pensaron que esa joya en bruto alguien la estaba ocultando y no se percataron que, simplemente, le fueron cerrando por años los caminos de poder hacer lo que quería hacer. Se fue amargando, se fue frustrando, cambió su pasión por la rabia y la impotencia de no poder cumplir con su sueño futbolístico. Su cotidianidad pasó de ser apasionada a triste, al percibir estar en el ambiente equivocado. Si se dio la oportunidad, se la quitaron el día después. Y, de repente, fallaron todos los que le enseñaron la belleza de ser parte del mundo del fútbol. Y como él, muchos. Quizás demasiados…
Ya no cuentan las enseñanzas, las esperanzas y los legados que dejaron otros en el campo futbolístico. Estos mueren como perece una sociedad distraída que pierde en su andar sueños e ideales por los cuales esforzarse y luchar.
Columnas de SILVANO P. BIONDI FRANGI