Marchas forzadas
El Gobierno acaba de mostrar que entre los empleados públicos tiene una mayoría aplastante, lo que le puede dar una idea equivocada de la realidad, semejante a la que tiene sobre la situación económica.
Puedes hacer marchar a los empleados que quieras, como los señores feudales que hacían formar a sus sirvientes para saludar a sus visitas en la puerta de sus castillos, pero nunca podrás decir que todos ellos votarían por ti en una elección democrática.
Del mismo modo, el Gobierno menciona algunas cifras de la economía, pero no quiere admitir que las cosas están mal, que está en riesgo el Bono Dignidad, que podría ser devaluada la moneda, que ya no hay dólares para seguir importando gasolina y menos para seguir subvencionando su precio.
Festejar la marcha de los empleados públicos como si fuera una victoria es lo mismo que celebrar como un éxito la enumeración de las cifras incompletas de la economía. Es un autoengaño que ni siquiera sirve para engatusar a los empleados públicos, porque ellos saben cómo están las cosas.
Pero ya se sabe que la política consiste en engaños, muchos de ellos consentidos, sobre todo si se dan entre quienes manejan el poder. Los empleados que marcharon en apoyo del Gobierno saben que se trata de un castillo de naipes, que podría derrumbarse incluso ante un suspiro.
Lo que impresiona es que los dirigentes del MAS estén decididos a creer sus propios engaños, sus propias mentiras, conscientes de que todas sus posibilidades, todas, podrían derrumbarse si fueran eliminados los elementos del fraude que fue descubierto en 2019 y se aplicó de todos modos en 2020.
Las marchas que han propiciado y financiado con dineros del Estado son efectos de luces y sombras, como el famoso caso de la caverna de Platón, en que sólo se divisan las sombras de quienes pasan por la superficie. Es la “realidad” que los empleados públicos pueden ver, aunque sepan que otra cosa es lo que sucede en la superficie, a cielo abierto.
Deberían saber que tampoco es parte de la realidad el narcotráfico apoyado por algunos funcionarios del Gobierno. Ni la determinación del cocalero de convertir a Bolivia en el Afganistán de Sudamérica.
Quienes quieren vivir engañados por este juego de espejos y de luces deben llevar la noticia de que la gente sabe lo que es verdad. Los engaños son demasiado superficiales.
Columnas de HUMBERTO VACAFLOR GANAM