La planificación “hace planes”… ¿y el desarrollo?
En la sesión de Diálogos al Café que organiza el grupo Marcos Escudero tuvimos el viernes 9 de septiembre la visita de los más altos responsables de planificación de la Alcaldía del cercado y de la Gobernación de Cochabamba. La invitación anunciaba el deseo de conocer lo que se piensa en esas dos entidades claves acerca del rumbo que ha tomado Cochabamba y el papel que ambas intentan jugar para perfilar un futuro mejor.
La sesión fue muy ilustrativa.
Tanto la Alcaldía como la Gobernación demostraron estar haciendo todos los esfuerzos para cumplir la normativa de planificación. Aunque ambas son consideradas entidades gubernamentales autónomas, no lo son a la hora de escribir sus Planes de Desarrollo Territorial Integral, o PDTI, o sus otros planes, como los Operativos, de Uso del Suelo y quién sabe cuántos más. La norma les impone metodologías, formularios, enfoques, temáticas, procedimientos, de manera que deben estar atentos a los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados a nivel global tanto como a las demandas de los municipios, las organizaciones territoriales de base y, por supuesto, sus votantes.
Debe ser extremadamente difícil articular ese enmarañado de exigencias, pero al parecer logran hacerlo en sus documentos, llenos de mapas, matrices y datos. Está todo y con las frases políticamente correctas, de manera que nadie se sienta excluido. Pero el costo es alto porque en todo ese entramado no es fácil determinar cuál es su diagnóstico real y qué es lo que efectivamente pretende lograr la institución.
En el caso de la Gobernación, por ejemplo, terminamos enterándonos que al final cuenta solamente con Bs 20 millones para su inversión anual, pues todo lo demás ya está comprometido en gasto, inversiones previamente determinadas y pago de deuda. Y, sin embargo, su proyecto principal es la Ciudadela de la Salud, en un predio cuyo costo básico es al menos 20 veces esa cifra. La situación de la Alcaldía no es mejor, pues aunque tiene más recursos sus obligaciones los exceden. Basta pensar que sigue pendiente llevar agua potable y alcantarillado a la mitad de la población urbana.
En estas condiciones, ¿pueden hacer algo para dinamizar la economía y promover la creación de más y mejores empleos, que es lo que está en la prioridad de la gente? ¿O mejorar las condiciones de seguridad ciudadana y jurídica? Sus propuestas hablan de alianzas público-privadas, comprendidas como proyectos públicos que deberían financiarse con aportes privados, o como proyectos privados que deberían hacerse bajo supervisión pública. Es decir, parece esperarse que los privados, además de soportar una carga tributaria que es ya excesiva (e injusta pues no cae igual sobre todos), deben aportar a que el sector público cumpla sus promesas. No parece muy atractivo para los posibles aliados.
¿Puede hacerse algo diferente?
Creo que sí. Concentrarse en facilitar la vida de la gente, apoyar sus iniciativas y defender sus intereses podría darles un rol nuevo y más efectivo que el de frustrarse tratando de construir lo que no pueden por falta de recursos.
Es necesario que alguien desempeñe un rol más activo en defensa de los intereses de los cochabambinos, muchas veces afectados por políticas y acciones adoptadas fuera y lejos de la región. Me vienen a la mente los casos los socios de la cooperativa Comteco, cuyas acciones en la empresa de electricidad Elfec no han sido devueltas ni pagadas, o los terrenos pertenecientes a los socios del Club Hípico, que están ocupados sin indemnización ni proceso justo. La Gobernación y la Alcaldía deberían cuidar que los derechos de los cochabambinos sean respetados en esos casos. No hace falta el enfrentamiento y la beligerancia, pues con su legitimidad podrían lograr mucho actuando de manera discreta y razonable.
Otro ejemplo. Es cada vez más difícil que los agentes económicos locales logren dialogar con las autoridades del Gobierno nacional. Problemas relacionados con las tomas de tierras, el acoso de las autoridades de Trabajo y de los sindicatos, la incertidumbre judicial, la excesiva carga de regulaciones ambientales y tributarias, los enredos burocráticos que complican hasta las más sencillas iniciativas, podrían ser parte de una agenda común que trabajen las autoridades locales con sus contrapartes nacionales. Bastaría con que se propongan levantar los obstáculos a la inversión y a la creación de empleos, y logren algo, para que comience a cambiar el panorama.
En esta época en que la tecnología y la ciencia son los motores dinámicos de la economía, ambas instituciones bien podrían respaldar las exigencias de una reforma universitaria que supere el secuestro corporativo (la caracterización fue de Barnadas) y el aislamiento en que se encuentran las instituciones de educación superior entre sí y con respecto a la economía local.
Adicionalmente, los programas de hermanamiento entre regiones y entre ciudades, que se han establecido a lo largo de los años, podrían convertirse en mecanismos para explorar nuevos mercados para los productores cochabambinos. La escala con que operan actualmente sugiere que no se necesitan grandes tratados de libre comercio para conseguir un impacto real, pues muchas veces bastan contratos pequeños pero regulares.
Por último, ambas instituciones podrían gestionar normativas más flexibles en la adquisición de bienes y servicios de proveedores locales. A veces utilizan estándares internacionales que simplemente subordinan a las empresas locales a las internacionales, que llegan nada más que con curriculum, y a veces usan criterios políticos que no se compadecen con la realidad local, como por ejemplo el de usar “software libre”, que de hecho saca del mercado estatal a los productores locales de software, dejando paradójicamente el camino libre a los proveedores de paquetes cerrados.
Si nuestras instituciones dejaran de “hacer planes” y se acercaran con sensibilidad y empatía a los productores y comerciantes locales, a los ciudadanos de a pie, para trabajar coordinadamente de una manera que facilite la iniciativa y la innovación, posiblemente ayudarían a encontrar un camino que entusiasme a todos.
Columnas de ROBERTO LASERNA