El “Bebé en Jefe” de la Casa Blanca
Confieso que cuando un amigo insistió en que después de la trilogía de Bob Woodward, en la que describe tres aspectos de la presidencia de Donald Trump (2017-2021), intituladas Fear (Miedo), Rage, (Rabia) y Peril (Peligro), yo debería leer The Toddler in Chief del cientista político Daniel W. Drezner de la reputada Academia de Leyes de la Universidad Fletcher de Estados Unidos. El mismo título me intrigó, porque si bien ya había cambiado pañales sucios o mojados a mi primogénito, no entendía el juego de palabras de “toddler” e “In chief”, hasta percatarme de su alusión a “bebé” o guagua, que adornan al título de Comandante en Jefe de los mandamases estadounidenses y de otros países.
Subtitulado Lo que Donald Trump nos enseña sobre la Presidencia moderna, iba más allá de las frecuentes diatribas políticas, Drezner hurgó casi dos mil referencias sobre el narcisista mandatario. Insinuó que tal vez el bebé de tantos no maduró hasta los setenta y tantos, como el común de las guaguas que tienen hambre, mojan y cagan en los pañales, salpicando de ruidosas pataletas exigiendo atención de madres preparando café mientras el padre se alista para otro día en trincheras oficinescas.
Tema quizá de psicólogos clínicos y no tanto de cientistas políticos, Drezner atribuye la mezcla de acaudalada cuna, una exitosa carrera de ejecutivo inversor en bienes raíces y personalidad televisiva y político estadounidense, por un lado. Por otro, al gobernante egocéntrico que dispendió un gran número de asesores en la Casa Blanca por su megalomanía, limitada capacidad de atención a sus consejos, y su empecinamiento en ganar por las buenas o las malas un segundo período (2021-2026) su demagógica, y penosa, gestión inicial.
Entre otros desaciertos (en los que destaca gobernar a través de sus tweets televisivos), adiós a la pacífica transferencia del poder en democracia; desdeñar el consejo de científicos y asesores en atender una emergencia sanitaria mundial y socapar a tradicionales adversarios so pretexto de un golpe de timón en las relaciones exteriores. Sobre estos últimos rasgos, apuntan a la raíz del asunto: Trump tiene un apego, y posible admiración, por gobernantes autoritarios como Vladímir Putin de Rusia, Xi Jinping de China y quizá hasta el dinástico dictador Kim Jong-un de Corea del Norte.
La sociedad estadounidense está dividida hasta orillar niveles de guerra civil entre progresistas y racistas, todos armados hasta los dientes. No tanto, dice Drezner, citando que la elección entre Franklin D. Roosevelt y Herbert Hoover en 1932, en la que el segundo obtuvo 40 por ciento de los votos, lo desdice. Sin embargo, mantengo mi impresión, haciendo hincapié en la aparente insistencia de los oponentes de apilar todo cargo a Trump para anular su opción a ganar las próximas elecciones. Insisto en que el gustito por el autoritarismo es un aspecto que junta a gobernantes tan disparejos como Donald Trump en Estados Unidos, el elefante (no sólo por el símbolo de Republicanos) y Evo Morales de Bolivia, la pulga. Salvadas las diferencias de ambos en cuna, riqueza y apego a las leyes, resalta el mal gobierno populista desde mensajitos electrónicos del uno y el mal gobierno desde las plazas del otro.
El resultado fue despertar de la unipolaridad a la multipolaridad de un EEUU equilibrado por el poderío de China y Rusia, acosado además por la retirada deshonrosa de Afganistán, el empate con sabor a derrota en Irak, la rispidez de relaciones con Irán y las inconductas nucleares de Corea del Norte. Ya bajo un régimen más razonable, se le enciman problemas económicos internos, la agresión rusa a Ucrania, los migrantes africanos y asiáticos a Europa, y los “latinos” pugnando por el “sueño americano” en su frontera meridional. Mientras tanto, arrebujado por regímenes “de izquierda” electos democráticamente y otros en ciernes, en Bolivia Evo Morales reniega de sucesores que tal vez desean un pedazo del pastel de millones dilapidados en palacios y museos, contratos corruptos y nepotismo de “originarios” y cocaleros. Y corcovea con su cola de paja criminal.
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO