Perplejidades
La protesta social por la muerte de Mahsa Amini en Teherán ha repuesto la atención sobre la situación de las mujeres en los estados islámicos, diferente de uno a otro país, como señala Cristina Suárez en su artículo “Cómo es ser mujer en un país musulmán”, publicado el 22/02/2022 en el sitio web de ethic.es. Dice ella que, según el Índice de Paz y Seguridad para las Mujeres de la Universidad de Georgetown, hoy el peor lugar para nacer mujer es Afganistán, otra vez bajo dominio talibán desde agosto de 2021. Prosigue: “Irak, Sudán, Somalia, Mauritania, Yibuti, Siria o Palestina tampoco son nada prometedores en materia de igualdad”.
Más allá de la diferencia, el común denominador en estos países es la restricción de la libertad femenina bajo tutela masculina (léase control), expresada en prohibiciones, obligaciones y sanciones. Entre las primeras: viajar o someterse a alguna cirugía sin permiso, desempeñar y acceder a ciertos trabajos y estudios, conducir vehículos, usar determinadas ropas, asistir a espectáculos deportivos, pronunciar algunas palabras, promover divorcio y heredar... Entre las segundas: usar el velo correctamente, cubrirse desde el cuerpo hasta los tobillos con ropa ancha para no marcar las formas, con telas tupidas oscuras… Los castigos, rigurosos: al menos latigazos y cárcel. Todo en aplicación de la sharía, en palabras de Suárez: “código de conducta en el que se incluyen las normas relativas a los modos de culto, los criterios morales en la esfera pública y privada y el modelo por el que debe regirse la mayoría de creyentes y practicantes del islam”, de aplicación no homogénea en todas partes.
Mark Fathi Massoud en el artículo “Afganistán|Las mujeres musulmanas que se apoyan en la ley sharía para conseguir la igualdad de género” de la BBC News Mundo del 24/08/2021 explica por qué este código, fuente de discriminación, exclusión y violencia contra las mujeres, no se aplica igual en todas partes. Dice que la sharía “es un amplio conjunto de principios éticos que se encuentra en el Corán, el libro sagrado del Islam, y en las enseñanzas y acciones del profeta Mahoma (…). No es un código legal estricto, lo que lo deja abierto a diversas interpretaciones por parte de gobiernos y líderes religiosos”.
Según Ewa Strzelecka, investigadora asociada de la VU, Vrije Universiteit Amsterdam, en su artículo publicado en 2019, “Derechos humanos de las mujeres en el mundo árabe-islámico: universalismo versus relativismo”, “cada Estado árabe-islámico establece en su Constitución el grado de aplicación de la sharía en su legislación nacional. Normalmente, la diferencia consiste en que la sharía es la fuente única o es una de las fuentes de legislación interna”.
Con estos datos puede aseverarse que nacer mujer en un país musulmán es una condena y una de las causas de mayor importancia y urgencia, la abolición de tan aberrante sistema en defensa de la dignidad humana. Esto, claro, desde la experiencia de vivir, felizmente y pese a sus males, en el occidente. Digo…
Pues he ahí que mi insistencia en esta problemática me ha dejado perpleja. Primero, por el resultado de una exploración inicial de enlaces en Google el 01/10/2022 a las 11:48’ sobre mujeres musulmanas: 2.710.000, mientras sobre LGTB son 9.670.000 (sin contar otros sobre LGTBI, LGTBI+, LBGTTTIGA, LGTBQIAP o LGBTQQICAPF2K+) y 5.530.000 sobre transgénero, que busqué aparte por el discurso al respecto reductor de las mujeres a “las que menstrúan” (dejándonos seguramente en condición de varones a las que no), como apunta Marina Subirats en “Respetemos los sexos, eliminemos los géneros: la cuestión trans”, de 14/07/2021, en La Voz del Sur de España. Señal clara de hacia dónde sopla el viento, invitación a indagar desde dónde lo hace.
Segundo, por la mezcla boliviana de hipertrofia de leyes, burocracia y propaganda sobre la violencia contra las mujeres, y la presentación de las culturas ancestrales, de enorme desventaja para ellas, como modelo perfecto. Fórmula de alquimia anuladora de la oposición entre relativismo y universalidad de los derechos humanos.
Tercero, porque en una clase universitaria reciente, recogida y compartida la información sobre la realidad femenina en Irán, a la pregunta sobre cómo las jóvenes universitarias bolivianas perciben su situación hoy, la respuesta unánime fue: “¡Mal!, nos acosan, no hay seguridad”. Es decir, somos pobres criaturas desvalidas, caperucitas rojas en un bosque con millones de lobos furiosos, clamando por un Estado muy bien armado para golpearlos o, mejor aún, matarlos. Sí, estamos peor que nunca.
Sólidas las bases de las perplejidades que me aquejan. Mujer, madre, abogada, defensora de derechos humanos y profesora, las atenderé más allá de este artículo escrito a mano alzada, entrando en honduras a buscar preguntas y respuestas, con la firmeza de quien no teme ser políticamente incorrecta por su espíritu rebelde y su pensamiento independiente.
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