Un noviembre de trinos y rebuznos en Capitol Hill
Para el gobernante partido Demócrata el rescate de Twitter por el millonario filántropo Elon Musk, a escasos días de las Elecciones Legislativas de medio término, representa haber resignado una plaza clave para mantener control de la conversación política en redes sociales que fue lo que marcó la diferencia en 2020 para resolver a su favor una cuestionada elección presidencial. El perplejo silencio de los pasados días en la colina y en la avenida Pensilvania sobre una transferencia valuada en $us 44 mil millones es la constatación elocuente del shock liberal.
Que el ciclo de construcción de la opinión pública es un proceso social interactivo que sucede primordialmente en Twitter y que el partido Demócrata usó la plataforma de microblogging para ejecutar censura selectiva de voces y manipulación técnica de la exposición de temas, pasó de ser una teoría de la conspiración a un hecho judicial, desde que se ventila en una corte federal de Monroe, Western Louisiana, la acusación de que la administración Biden se coludió con, entre otros, los CEO de Twitter y Facebook – Jack Dorsey y Mark Zuckerberg – para violar la Primera Enmienda durante y después de las elecciones de 2020.
Por si no bastara la demanda de los fiscales generales de Louisiana y Missouri, anticipándose a un requerimiento judicial, en agosto pasado el CEO de Facebook adelantó confesión pública de haber cedido a presiones del FBI durante esa campaña para agendar falsa suspicacia contra el candidato incumbente Trump y encubrir la corrupción del hijo del aspirante Biden, dejando claro cuán definitorias son las redes sociales – en particular Twitter – para la cuestión del poder.
Que la adquisición de Twitter fue un rescate tampoco es ya una ocurrencia antojadiza. Pese a la tortuosa y entrampada puja entre los anteriores y el actual propietario y al bluf de declinar de su compra, el desenlace fue el previsible: Agrawal necesitaba desesperadamente vender y Musk estaba decidido a comprar, aunque cedió a la tentación de regatear por una adquisición más ventajosa que la pactada, dado que el valor de la compañía se desangra desde hace un año en la bolsa.
Pero la suculenta compensación financiera que Parag Agrawal logró no representa una solución política para los socios liberales de su predecesor Jack Dorsey, quien abdicó al control de Twitter precisamente como costo de haber cancelado la cuenta del POTUS 45 y de las sucesivas operaciones de censura concertadas con la administración Biden, que desataron un éxodo exponencial de tuiteros cuyo correlato fue el derrumbe de su valor bursátil.
En medio de su accidentada campaña y su fracaso estrepitoso en instalar el Lawfare J-6 como tema moral definitorio de estas elecciones legislativas, el gobierno de Biden parece haber entendido que, ya sin control en las redes, el par binario Ucrania-Recesión será lo deliberado por el Gran Jurado de los constituyentes, y han optado por atrincherarse en recitarle a su base electoral dura la promesa improbable de tener una ley del aborto en enero, renunciando a interpelar a los indecisos y crecer algo sobre las semanas previas al verificativo.
Tampoco Elon Musk tiene el camino expedito. Twitter, lejos de ser un fénix fuera de la jaula, es un caballo de Troya que amenaza incrustar dentro del vientre de su proyecto de plataforma multifactorial X a uno de los sindicatos de celotes más belicosos y comprometidos con la agenda globalista y la izquierda radical.
Musk debe estar preparado a pelear en breve en dos frentes: El boicot interno de uniones que ya le han declarado la guerra con una paráfrasis del encabezado epistolar favorito de Vladimir Lenin – “Nosotros, los trabajadores” –, y el asedio exterior de la media y los comités del Congreso que aún controlen los liberales después de noviembre y que en el pasado arrastraron a Dorsey y Zuckerberg al vía crucis de deposiciones legislativas cuyo único propósito era postrarlos genuflexos antes de las elecciones 2020.
En suma, después de noviembre no todo serán trinos de libertad, sino que habrá también un concierto de rebuznos de frustración alrededor de Capitol Hill.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO