La marea roja hispana en EEUU
Los estudios y análisis de largo plazo sobre las elecciones legislativas de noviembre de 2022 en EEUU no prolongarán la tendencia de la media a redundar sobre sus resultados y la recomposición de la representación legislativa, sino que atenderán a sus efectos estructurantes, destacando el derrumbe de uno de los grandes mitos de la política norteamericana del siglo XX: La falsa premisa de que la hispanidad gravita per se hacia el Partido Demócrata.
El establishment y la industria cultural liberal inducen a lo inmediato. Monopolizaron la conversación las encuestas y la crítica percepción de tres cuartos de los americanos sobre el rumbo que dieron los demócratas al país los pasados dos años, o la intención de voto nítidamente adversa a conceder a los liberales una adenda en la conducción del Legislativo.
Contrariamente, lo que la historia buscará dilucidar sobre estas elecciones serán las causas para el desplazamiento de la comunidad hispana hacia el Partido Republicano, denominado “el Gran Vuelco” o “la Marea Roja Hispana”, del que la coyuntura electoral distrae y dice muy poco.
Según la encuesta del Pew Research Center, presentada durante estos comicios, los hispanoamericanos somos ya 62,1 millones, es decir, un quinto de la población total de los Estados Unidos (19%) y desde 1990 nuestro crecimiento demográfico vegetativo representa la mitad del crecimiento total de la población americana.
En términos de participación, 35 millones de hispanos votarán en estas elecciones —ya en 2020 votaron 32 millones—. Cada año alcanzan la mayoría de edad y se incorporan al padrón un millón de nuevos electores hispanos, mucho más que la media de crecimiento de otras minorías como la afroamericana cuya demografía ha colapsado.
Nuestro ritmo de crecimiento e impacto político son insoslayables y ahora nuestra propensión conservadora también, aunque el “vuelco” hispano no se hizo realidad. No hubo un giro súbito sino el epílogo de una relación con el Estado deteriorada por cambios en la agenda política que buscan una revolución cultural no consensuada.
Noviembre es la última réplica de un prolongado desplazamiento de magma que el narcisismo liberal, que imaginaba el voto hispano como su patrimonio, no percibió.
Jamás intentaron entender e incorporar a la hispanidad en su imaginario y asumieron que siendo refugiados de la pobreza o de la tiranía de sus países los hispanos simplemente resignaban su historia y su identidad para adoptar el encuadre de las narrativas progresistas, sin reparar en que el hispano estaba consciente en todo momento de que similares narrativas engendraron las tiranías y los Estados fallidos de los que huyó.
El Partido Demócrata no percibió que el hispano actuaba, por cortesía de huésped, el papel que le consignó en sus relatos, pero que recelaba de su ideología pues sabía que en el vientre de narrativas similares se gestaron las peores anarquías y dictaduras de Latinoamérica.
El hispano se hace fanático de los equipos locales de deportes americanos, adquiere feligresía y se afilia políticamente por una razón: como estrategia de inclusión funcional. Muchos hispanos se hacen Yankees, Bautistas o Demócratas pero por ninguna de esas afiliaciones dejan de ser genocéntricos, comunitarios, prolíficos y provida.
No nos movemos como militantes de un partido sino como un bloque cultural e histórico. Procrear, nutrir y proteger a nuestra progenie está en la base de nuestra cosmovisión y una serie de elecciones de vida que los nuevos valores ultraliberales empezaron a cancelar.
El clima de cacería política y estado de vigilancia, aunque no dirigido específicamente a la comunidad hispana, tuvo la fuerza de una detonación profunda a nivel tectónico en una cultura política hispana en la que la participación pública es elemental. La inducción de la doctrina ultraliberal Woke en el currículo de educación, la inseguridad pública, la administración electoral y los derechos políticos, en particular la libertad de expresión, desataron la erupción.
La posición de la diáspora hispana sobre desplazamiento humano salió del encuadre retórico sobre fronteras abiertas y se instaló en el debate de seguridad de Estado. Promover inmigración legal y justa es una acción de gobierno con la que el hispano simpatiza; permitir que simplemente quien sea cruce la línea de soberanía que le da seguridad lesiona su concepción más profunda sobre América, a la que imagina como refugio del caos de afuera.
Por eso el muro jamás fue un argumento de disuasión sino de refuerzo de esta ola hispana, que llegó a América escapando de la miseria, la corrupción y la violencia; buscando refugio y un lugar donde la seguridad jurídica y la seguridad pública le permitieran asentarse y prosperar, donde la relación entre individuo y Estado tuviera reglas claras y no elecciones amañadas.
Los hispanos en EEUU vieron caer sus Estados en garras de amenazas que hoy se ciernen sobre América. El gran giro hispano es un momento de conscripción política voluntaria para defender su país de refugio como no pudieron defender sus países de origen de la miseria y la falta de transparencia de izquierdas globalistas.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO