El costo político de los superlativos absolutos
El curso de evolución del paro general indefinido por el Censo 2023 en Santa Cruz ofrece la oportunidad de evaluar el nivel de madurez estratégica del liderazgo regional cruceño, su legibilidad social, su timing político y – sobre todo – su gestión de la semántica que, en mi entender, arrastra todavía una propensión endémica a la radicalidad suicida.
Cuando el cabildo del pasado fin de semana ofreció a la dirigencia cruceña la oportunidad de zafarse de esa camisa de fuerza en que se metieron al llamar a “paro indefinido”, su dirigencia cívica se impuso un nuevo plazo fatal: 72 horas para lograr la adhesión del resto del país al conflicto, bajo la amenaza de “asumir decisiones regionales” que insinúan apelar a una vieja invocación en el libro de conjuros de las elites cruceñas: La federalización.
Se cumplieron las 72 horas del ultimátum y, sin un anuncio que satisficiera las expectativas creadas, el agotamiento indujo a un rebrote de violencia en Plan 3000 y desmarques del script oficial por líderes como Vicente Calvo que llamó a sus pares a “no ser ciegos”.
En efecto, errores de legibilidad y de timing seguidos por desaciertos retóricos sellaron el curso de la movilización, pues la concurrencia al cabildo, tras tres semanas de un cierre económico y productivo que llevó a los movilizados al borde de la extenuación, fue un postrer sacrificio, un colosal canto de cisne, y no el renacer de un fénix.
¿Por qué Santa Cruz acudiría a invocar entidad semejante – la federalización – en el escenario mismo de la constatación de su fracaso en lograr imponer al Gobierno recular hacia la realización del Censo Nacional en 2023? La respuesta probable es que los cívicos necesitaban un elemento crítico que los ayudara a desviar el curso de la conversación que exigía un balance de resultados a todas luces adverso de estos durísimos 23 días de movilización.
Moverse del censo al federalismo fue un cambio de encuadre, viejo truco de estrategas políticos para reconducir las controversias y recuperar control de la discursividad. Federalismo mata censo, igual que la amenaza de divorcio del infiel expuesto infraganti fuerza a que la conversación se instale sobre el súbito riesgo de disolución marital y a olvidarse de su desliz.
Sin embargo, tan radical reencuadre impone maestría o un alto costo político y los líderes cruceños jamás supieron manejar la presión de crisis generadas por su poca disciplina retórica.
En 2008, en días posteriores a un revocatorio inconstitucional pactado con Evo Morales, que ratificó al gobernador cruceño Rubén Costas, pero desmontó la oposición autonómica, bajo la presión de las altas expectativas despertadas sobre el impacto del resultado de su ratificación pero la revocatoria de importantes aliados, la referida autoridad se vio forzada a declarar la autonomía de facto, soliviantando a los cruceños a la toma en custodia de entidades del gobierno nacional como Impuestos Internos o la Contraloría.
Huelga recordar la persecución desalmada, la tormenta de judicializaciones, el cerco-vendetta del Conalcam, la capitulación prefectural en Cochabamba y la entrega de Marinkovic y Nayar de la cual el agente fue el desaprensivo Costas, pero cuya causa estructural fue la ausencia de cultura de movilización y la carencia de disciplina retórica de la dirigencia cívico-empresarial.
Santa Cruz ha adolecido siempre de ese verbalismo inoportuno, que más allá de competencias técnicas de sus interlocutores o de la disponibilidad de asesoría profesional se deben a la falta de escuela y doctrina. De Rubén Costas a Luis Fernando Camacho el liderazgo regional cruceño ha sido un reflejo de la eficacia de sus elites empresariales, liderazgos con popularidad, pero no populares – Cayetano Llobet dixit –, “sin genealogía de lucha y sin calle”.
Quien haya pasado por la universidad pública sabe que lo primero que un cuadro político adquiere es sensibilidad para leer los escenarios de conflicto; una habilidad que la experiencia de movilización de largo término transfiere de generación en generación a sus dirigentes como un capital estratégico. Y el primer aprendizaje que deviene de esa sensibilidad adquirida para leer escenarios es que jamás se entra a un conflicto sin haber diseñado una ruta de evacuación.
Y dado que en la era de la gobernanza interactiva y el conflicto asimétrico las contiendas son conversaciones, uno de los errores capitales que el manual de movilización social te previene de cometer es el apelar a superlativos absolutos en el diseño del encuadre lógico de la retórica del conflicto. “Patria o muerte”, “hasta las últimas consecuencias”, “Indefinido” son activadores emocionales efectivos, pero también generadores de expectativas absolutas que terminan consumiendo a quienes las invocan.
Santa Cruz lleva tiempo en esto, pero acumular experiencia no implica aprendizaje. La experiencia de lucha se sistematiza en doctrina y se destila en estrategia, o la invaluable oportunidad de aprender de los errores se esfuma y perdemos mucho más que los objetivos propuestos: la chance saber cómo no volver a sacrificar sinergias y coyunturas irrepetibles por mal timing, un interlocutor inadecuado o la invocación de entidades más allá de nuestro control.
La federalización puede abrir un proceso institucional o desatar otra guerra civil.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO