Bolivia con censo, pero sin consenso…
Mucho se ha estado hablando de realizar en Bolivia un “Censo con consenso” —cacofonía de por medio— lo que me motivó a escribir sobre este tema, pero desde una perspectiva diferente a la política. Según la Real Academia Española, “censo” es el “padrón o lista de la población”, mientras que “consenso” tiene que ver con un “acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros”.
Más allá del azaroso acuerdo al que se pudo arribar para hacer el censo en pleno Día del Mar en 2024, quiero referirme a otro consenso que debería darse: el ponernos de acuerdo entre todos para forjar una mejor calidad de vida de los bolivianos. Lamentablemente, no hay tal consenso en Bolivia, estamos muy lejos de ello, lo que impide su desarrollo. De esa falta de consenso quiero hablar.
Todos queremos progresar, la cuestión es cómo lograrlo. Hay quienes aspiran a hacerlo desde el Estado, mientras otros prefieren que sea por medio de la iniciativa privada; aunque, más allá de las propuestas, los resultados deberían contar. El próximo censo podría ayudarnos a llegar al consenso que precisamos para que la lucha contra la pobreza sea más eficiente.
La migración que se da en el país, buscando mejores días, es más que evidente; millones de compatriotas viven en el exterior, mandando a Bolivia más de 1.000 millones de dólares/año, a costa de su separación familiar. Pero está también la migración interna, principalmente desde el altiplano y los valles, gente que llega a Santa Cruz buscando mejores días para su familia y, al lograrlo, normalmente ¡ya no se van!
Hay quienes sostienen que el deficiente acceso al servicio de salud y educación y la falta de oportunidades de progreso son consecuencia de la pobreza del propio país; otros, que es un círculo vicioso, pues, si bien la pobreza deviene de tal situación, en muchos casos la ideologización de su tratamiento la provoca.
Si esto último fuera cierto, habría que analizar, v.gr., cómo el pragmatismo de la China comunista en pocas décadas la llevó a codearse no sólo con la más grande potencia mundial, sino a ser el mayor exportador de manufacturas del planeta, aprovechando el comercio exterior para sacar a cientos de millones de personas de la pobreza, demostrando así que la buena educación y la capacitación generan valor, riqueza y empleos, con EEUU, Europa, Japón y otros, como aportantes de capital, tecnología y know how para mejorar su gestión.
Es cierto que los recursos naturales ayudan, pero no así el “rentismo”. Una de las explicaciones del porqué ciertas regiones exitosas en el pasado —como Potosí— son hoy de las más postergadas, a diferencia de otras que —como Santa Cruz, históricamente ignorada— se han desarrollado en tan poco tiempo sosteniblemente, tiene que ver mucho con no depender del “extractivismo”.
La falta de consenso en el país en este campo es el verdadero meollo del problema, porque hay un choque de visiones: mientras el modelo de desarrollo cruceño propone la libertad, la individualidad, la competencia, el cooperativismo y la integración al mundo, que lleven a organizar la producción, el comercio y los servicios de una manera eficiente, la otra apuesta es que el Estado lo haga casi todo, con las consecuencias que ello conlleva y que son de público conocimiento.
Explotar recursos naturales no renovables puede ayudar, si se invierte las ganancias con visión de futuro, como hizo Santa Cruz con las regalías petroleras. Potosí, que durante la Colonia llegó a tener la ciudad más poblada del mundo y hasta se acuñó la frase “vale un Potosí”, hoy está distante de tanta gloria, presa de los ciclos de auge y crisis de la minería.
Sin embargo, Potosí podría tener millonarios ingresos con la “industria sin chimeneas”, ofreciendo seguridad a los turistas y buenas condiciones infraestructurales para mostrar su patrimonio histórico, cultural, gastronómico y el salar más alto del mundo. Para ello requiere de una fuerte institucionalidad que active los factores productivos, como en el modelo de desarrollo cruceño.
Algunos hablan de “la maldición de los recursos naturales” que lleva al “rentismo”; otros, como Esther Duflo, dicen que lo que explica la pobreza es la ignorancia, la inercia y la ideología, complotando contra las posibilidades de desarrollo, ejemplos de lo cual sobran en la historia —incluso— en este momento.
Entre 1950 y 2021 la población de Potosí —una economía de enclave minero— disminuyó su participación del 19% al 8%, sobre el total nacional. Santa Cruz, de tener menos de 250 mil habitantes y significar el 9% de la población del país en 1950, gracias a su desarrollo agropecuario, agroindustrial y forestal —que provocó una masiva migración interna— vio crecer su población hasta superar las 700 mil personas en 1976; el millón en 1992; 2 millones en 2001 y 3 millones desde 2021, significando hoy el 29% del total nacional.
Según el censo de 2012, Santa Cruz tenía 512.752 migrantes internos, “nuestros propios collas”, en el buen romance del Dr. Jerjes Justiniano Talavera…
Columnas de GARY ANTONIO RODRÍGUEZ ÁLVAREZ