El paro de los 36 días: necropsia del evento político 2022
Hacer análisis de conflicto es hacer metapolítica, es trascender la linealidad funcional de la retórica y examinar su causalidad; es descubrir el truco en el acto de magia, mirar detrás de la cortina del ilusionista; es dejar de ver la mano que blande la varita y enfocarse en la mano que no se ve; es —en síntesis— distinguir lo real de lo simulado en un juego que consiste en hacernos creer que sucedió lo que se aparenta y no lo que en realidad sucedió.
Ejercicio complejo, pero nunca tan necesario como al momento de evaluar el Suceso del Año: el paro de 36 días en Santa Cruz; un evento encuadrado por sus actores de maneras tan contradictorias y discrepantes como “epopeya civil contra una dictadura de izquierda” o “victoria de un Gobierno popular ante un golpe de élites regionales de derecha”.
No obstante, ambas —la epopeya y el golpe— son la apariencia orquestada para distraer nuestra atención de lo que realmente estuvo en moción bajo la tarima de la teatralidad política del Censo 2023: La disputa interna por quién será el candidato del MAS en 2025.
Tal como lo leyó: La lucha por cuándo y quién hace el censo define quién controla las elecciones primarias en el MAS que en un sistema de partido único, en el que la oposición existe por concesión del régimen, son las únicas elecciones que definen algo.
Dado que la cartografía electoral, la arquitectura de distribución de escaños, Smartmatic, el INE, los tribunales electorales y el Guardián Constitucional están en control del MAS, cualquier otra elección, incluida la general, resulta un mero procedimiento administrativo domesticado y emasculado de capacidad de alterar el balance de poder a ser definido en la interna del MAS.
En contrapunto, la demanda cruceña fue la razón justificatoria de una acción política —el paro indefinido— que buscaba desestabilizar a un Gobierno rebelde que desconoció la autoridad política cocalera y amenazó un aspecto innegociable de la hegemonía de Evo Morales dentro del MAS: La turbia sociometría que le otorga al sindicalismo cocalero sobrerrepresentación.
A riesgo de herir el ego de las élites cruceñas, la negativa de Arce a ejecutar el censo con la premura que sincrónicamente demandaban desde el Chapare y Santa Cruz fue en realidad su primer acto de desafío abierto a Evo: Negarse a revalidar la ficción estadística que le permitió sobrepoblar con su círculo de áulicos el Legislativo.
Detrás de la consigna #Censo2023, se buscaba debilitar y obligar a Arce a refrendar, expedita y sin alteración, la legibilidad social arbitraria producida por un censo de 2012 ejecutado sin actualización cartográfica, que le habría permitido a los bastiones evistas retener los escaños que hoy ostentan por otros diez años, una concesión que el binomio Arce-Choquehuanca se mostró determinado a no hacer.
No hubo disputa “con” Santa Cruz. Santa Cruz fue el teatro de operaciones de una disputa intestina del MAS para definir si se refrendaba o se reestructuraba la territorialización del poder que el evismo esperaba que reeditara el mito de un liderazgo exponencializado por una sociometría ficcional.
Quien controla el censo tiene el poder de redibujar el mapa de la representación, rayar la cancha para la venidera interna en el MAS. Ése fue el crudo motivo de la oposición de Arce a ejecutar el Censo Nacional que ciertamente el autócrata había dejado precocido.
Así, la narrativa épica de los cívicos maquilló el entendimiento de largo plazo entre las élites económicas cruceñas y el evismo, mientras que la narrativa gubernamental de “enfrentar a una derecha regional”, no más real que un molino de Cervantes, camufló la conflagración entre el ancestro bolchevique del MAS y su descendencia de violencia refinada.
Entender lo que sucedió en Santa Cruz impone olvidar la linealidad del sentido común, rechazar la comodidad de explicaciones que se ajustan a esas estructuras mentales preconstruidas que reducen a la vieja fábula de izquierdas y derechas un mundo político más complejo, poblado de improbables criaturas, bisexuadas y a veces políticamente hermafroditas.
La larga vigilia de 36 noches en el oriente fue todo, menos una lucha entre el bien y el mal. Fue un conflicto que sacó lo peor una clase política que es una, pero se imagina dos; una misma especie con dos subespecies que se imaginan en las antípodas una de otra, pero que comparten y protegen un mismo ecosistema político: el Estado Plurinacional.
Pero el ilusionista no hace el truco por sí solo. Están quienes manejan las luces, quienes sumen el cuarto en total oscuridad o nos deslumbran, según conviene. Para sociedades condicionadas a la comodidad de la monotonía de historias que se repiten sobre la plantilla de los lugares comunes, la verdad ya ni siquiera necesita ser narrativa convincente, sino apenas estar bajo el reflector de un par de redes mediáticas paraestatales.
El análisis estratégico es también volcar los reflectores hacia quienes con el efectismo de luces y sombras asisten a los truqueros del poder y nos mantienen mirando al lugar equivocado.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO