Santa Cruz, Santos Inocentes y nuevo mito de poder en el MAS
El sorpresivo operativo jurídico-militar de captura y reclusión del gobernador cruceño Luis Fernando Camacho por el gobierno de Luis Arce me retrotrajo a dos esenciales premisas analíticas de la antropología política: a) Ningún individuo carece de agencia y b) la agencia se ejerce con mayor eficacia precisamente desde la presunción de vulnerabilidad del agente.
Así explican Mats Utas y Henrick Vigh la mecánica del “victimismo táctico” o la capacidad de ciertos agentes de ejercer poder desde su aparente déficit de poder. En otras palabras, la “debilidad” de Luis Arce terminó siendo el camuflaje tras el que el menos probable de los actores orquestó en Santa Cruz un despliegue de poder de Estado sofisticado y eficaz.
En medio de la encarnizada disputa por el liderazgo en el Movimiento al Socialismo que protagonizan el Presidente del Estado y el líder histórico de esa organización, el “debilucho” Arce le entregó a la base social más fanatizada e influyente de su partido un trofeo que su predecesor y hombre fuerte del MAS, Evo Morales, jamás logró: La captura de su némesis político, el gobernador de la “separatista” Santa Cruz.
Con ello Arce arrebató a Morales, que viene de perder la pugna por la fecha de realización del Censo Nacional de Población y Vivienda, su último estandarte de guerra. El aún jefe nacional del MAS buscaba reposicionarse en su partido interpelando a su base dura a “apoyar un liderazgo fuerte” frente a Arce a quien Evo sindica de carecer de carácter, condición ineludible para liderar una organización política corporativo-tribal como el MAS.
“Lucho es débil, pactó con la derecha, no hará justicia a las víctimas de Senkata y Sacaba”, eran los argumentos de Evo. El operativo del Día de Santos Inocentes pulverizó esa lógica a un año de elecciones primarias en el MAS a las que Arce quiere llegar libre del estigma de su falta de espina política y potenciado por una nueva mística emanada de diciembre en Santa Cruz.
Caricaturizado como un tecnócrata pusilánime y endeble, Luis Arce fue construido en el relato político como un anodino y servil exministro de Evo Morales, emasculado de vocación de poder y escogido para ser candidato del MAS en 2021 sólo para evitar que el rebelde David Choquehuanca, de amplio apoyo indígena-rural, terminase gobernando. Y dado que su imposición como candidato sugería la intención de Evo de acortar su mandato a conveniencia, la estabilidad de Arce y su permanencia en el poder se asumían inciertas y dependientes de un poder que todos presumíamos gobernaba desde Lauca Ñ.
Por eso, cuando su ministro de Gobierno Eduardo del Castillo salió a adjudicarse la captura de Camacho, no sólo las certezas lógicas básicas del análisis político sino que todo el paradigma de predictibilidad de la política boliviana – ya resquebrajado tras que el Gobierno prevaleciera en el paro de los 36 días –, simplemente terminó por caerse en pedazos.
¿Qué es lo que no vimos venir? Es la pregunta en la mesa de analistas y estrategas en plena crisis de legibilidad social. Desde mi punto de vista dejamos de distinguir los escenarios virtuales de los escenarios reales donde se disputa el poder en Bolivia.
En un Estado bajo régimen de partido único, como Bolivia o Venezuela, la única contienda real y definitoria son las primarias para elegir candidato en el partido oficialista. Por eso, tanto la pugna por la fecha del censo como la captura del gobernador Camacho son en realidad escaramuzas en la campaña interna del MAS.
Y mientras la ortodoxia nos impide pensar fuera de la caja e insistimos en mirar a las tensiones retóricas artificiales en los medios tradicionales y los espacios institucionales, imaginándolos escenarios naturales de la dialéctica entre oficialismo y oposición, la verdadera lucha por el poder se suscita dentro del partido gobernante.
Pero la clase política prefiere vivir embriagada en su Hubris, imaginando la re-asimilación de Arce a Morales como parte estructurante de una narrativa autojustificatoria, hiperbolizando su rol en la caída de un Evo Morales que en 2019 fue socavado por la revuelta de mandos políticos, policiales y militares dentro el MAS e imaginando que su protagonismo en la media que superlativiza su trascendencia representa un estado de rivalidad en equilibrio.
En los hechos en Bolivia rige un partido único, la democracia es una ficción formal para cuya puesta en escena no faltan actores de oposición que se presten a hacer de dobles o extras y cubrir el cupo de curules que guardan la apariencia de pluralidad en la representación.
Mientras tanto, la disputa por el poder ocurre en el MAS, donde Arce acaba de conjurar su derogatoria mitología, frustrar la reaparición de Evo e instalar un nuevo mito de poder.
A analistas, estrategas y políticos nos queda la opción de tomar la píldora roja o seguir deambulando en el sopor sonámbulo de la ficción que maquilla la hegemonía del MAS.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO