Las raíces culturales de la violencia sexual
Una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia sexual o física, en su mayoría, por parte de su pareja o familiares. La violencia contra las mujeres, niñas, niños, adolescentes y jóvenes constituye una violación de los derechos humanos. La pandemia del Covid-19 determinó un aumento del 8,5% de la violencia en jóvenes de ambos sexos en España. Actualmente es un “problema de magnitud” en adolescentes y jóvenes adultos, quienes presentan secuelas que no se resuelven a corto plazo y que develan una información sobre sexualidad pobre en la familia y con escasas estrategias efectivas en los currículos escolares.
En Bolivia, por día se registran 110 casos de violencia contra niñas, niños y adolescentes; en Cochabamba también se incrementó la violencia sexual. Según datos de la Fiscalía, entre enero y junio de 2022 se registraron 24.918 casos de violencia, es decir, hubo un incremento del 14% con relación al mismo período de la gestión pasada. De los casos citados, 10.585 son por violación, abuso sexual y estupro: hay 29 casos por día sólo en Cochabamba, con riesgo además de contraer infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados. Más del 90% de las agresiones sexuales ocurren dentro de la familia o por personas conocidas. Cochabamba se constituye en el tercer departamento con mayor índice de violencia sexual.
Numerosas teorías indican que las primeras manifestaciones del patriarcado están relacionadas con la caza del periodo neolítico, cuando las mujeres cuidaban a los hijos y los hombres debían cazar. M. French, en su célebre libro La fascinación del poder, cita que el Antiguo Testamento ilustra explícitamente la naturaleza fundamental en el Génesis, en el que se exponen los principios del patriarcado.
En la cultura inca, el rol social de la mujer consistía en su función de hija, madre y esposa. La mujer fue el símbolo de la fertilidad. Su labor primordial era ocuparse de las labores del hogar, cuidar a sus hijos, tejer las vestimentas de la familia, ayudar en el campo, preparar la chicha y salir a trabajar.
La raíz de la violencia sexual está impregnada en nuestra cultura que se la imparte y se la réplica todos los días en las familias a través prácticas y actitudes ancestrales, que no se discuten y las perpetúan padres y madres transmitiendo prejuicios y estereotipos sexuales que determinan la violencia contra la mujer.
La violencia sexual se da cuando una persona manipula a otra persona o emplea la fuerza para realizar una actividad sexual no deseada. Las consecuencias inmediatas de la violencia sexual se reflejan en la salud mental (estrés postrauma, trastornos alimentarios, ansiedad, depresión y suicidio). Los físicos se evidencian en las lesiones por la violencia ejercida, infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados.
El ejercicio del poder jerárquico se cobija en la desigualdad de género, es la raíz de la violencia contra la mujer que se debe a desequilibrios históricos, religiosos y estructurales de diversas sociedades que establecieron normas que favorecen o dan más oportunidades al sexo masculino que al femenino.
Actualmente, la igualdad de género está establecida en diversas normas, leyes, Constituciones políticas, programas educativos de “despatriarcalización”, de organizaciones de la sociedad civil que empoderan a las mujeres sobre el derecho a la no violencia en particular en adolescentes, jóvenes y adultas. Son importantes y valiosas, pero la violencia sigue presente y con tendencia a aumentar.
Una parte de la población hace gala de nuestros “saberes ancestrales” y culturalmente la aceptamos como un valor social, no la abordamos en profundidad, porque la educación está en la familia y no en las escuelas o colegios. Consideran que se va a solucionar el problema en las unidades educativas, cuando el rol del Ministerio de Educación es el de brindar información y conocimientos que provoquen reflexión sobre los problemas relacionados con la violencia sexual a niños, niñas, adolescentes y jóvenes, problemas en los cuales los padres de familia deben participar.
Tenemos que educar a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de ambos sexos en el hogar, con valores de respeto, equidad y justicia, donde la familia los proteja y no sea la principal agresora. Las unidades educativas deben ser un lugar para establecer un puente de reflexión de padres y madres de familia con profesores y alumnos, para transformar la esencia de nuestra sociedad.
Si continuamos empoderando a las mujeres, sin tomar en cuenta a los hombres, que son los que más ejercen la violencia, continuaremos repitiendo el esquema clásico del ciclo de la violencia. Es importante tener en cuenta que el 90% de las agresiones sexuales sucede en la familia.
La Dirección Departamental de Educación de Cochabamba y el Instituto para el Desarrollo Humano Bolivia trabajan en esa dirección: para la “despatriarcalización” en las unidades educativas, con el propósito de disminuir la violencia y prevenirla al integrar a directores, profesores y padres de familia en la práctica de la no violencia y el respeto a la mujer.
La violencia sexual es un problema social, está determinada por religiones y políticas jerárquicas que se sustentan en el poder fanático de fundamentalismos o dogmatismos para continuar con sus privilegios ancestrales.
Columnas de EDGAR VALDEZ