“Cambalache” versión siglo XXI en Bolivia
Los escenarios conflictivos, que han marcado el inicio angustiante de este 2023, y que alejan cada vez más la posibilidad de construir una colectividad boliviana con encuentros —a pesar, y sobrepasando, los desencuentros—, muestran la profundización de una tendencia ciudadana [otrora rebelde y cuestionadora ante el poder central] que denota rasgos de una ciudadanía subordinada a aquellos que detienen el poder, a la vez que busca someter a los que —por diferentes circunstancias— no lo tienen. “El chicotazo” (mejor metáfora no hay) a los supuestos desobedientes, está de moda, así como el desprecio y la agresión a todos los que piensan y van en contra de las tendencias generales (sean de una u otra posición). Y en este panorama de rencillas ciudadanas, no faltan (más bien sobran) los que se sitúan siempre en el campo del ganador, los nuevos “Cambalaches” del siglo XXI.
Caracterizando a los Cambalaches del siglo XX, en 1955 Julio Sosa cantaba: “ Vivimos revolcaos en un merengue/ en el mismo lodo/ todos manoseaos/ ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!/ (…) ¡Siglo veinte, cambalache/ Problemático y febril! / El que no llora no mama/ Y el que no afana es un gil…”.
Casi 80 años después, la tendencia se ha profundizado. Vale enumerar algunos de sus rasgos: 1) Habilidad para romper con antiguos posicionamientos frente a diferentes problemas sociopolíticos una vez que se accede a puestos con decisión política [un ejemplo actual se nota en las posturas frente a la reforma judicial: muchos de los que antes la defendían ahora la critican… ¡Ni qué hablar de la protección al medioambiente, de la defensa de pueblos indígenas, del rechazo al extractivismo o de la necesidad de mantener una autonomía ciudadana!]. 2) Capacidad de hacer la vista gorda frente a personas con antecedentes penales —u otras referencias penosas—, si resultan útiles a los intereses individuales y/o políticos. 3) La predisposición a desplegar vigilancia constante, por lo general grupal (evitando asumir responsabilidades individuales), para amedrentar al (la) “otro (a)”, al (la) “gil” —en términos de Sosa—, que no sigue los cánones de las tendencias dictadas desde arriba. 4) Obviamente —no ha cambiado este semblante, tal vez se ha acrecentado—, la pericia para mantenerse permanentemente arrimado al poder, en la continua expectativa (“cálculo político” lo llaman) de ver hacia dónde soplarán los vientos para acomodarse a los nuevos aires.
Peor aún (ya que se trata de una postura aceptada sin cuestionamiento por los entornos sociopolíticos), 5) la destreza de mantener discursos (“convenientes”), desdiciéndolos, sin pena ni vergüenza, en las prácticas cotidianas (total, el discurso es lo que vale). Y, por último, la maestría para, en esta era de los de ideología Woke (respaldada por la hoy famosa “cultura de la cancelación”), erigirse, ni que Torquemadas actuales, en los(as) sancionadores de los(as) que osan ir en contracorriente. Esas praxis de censurar, prohibir, y hasta escrachear o linchar virtualmente a los que piensan diferente, forman también parte de los repertorios de los “cambalaches” (ahora cibernéticos) del mundo actual.
“¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!”, seguimos cantando junto a Julio Sosa, ahora en pleno siglo XXI.
Columnas de ALEJANDRA RAMÍREZ S.