Vargas Llosa: inmortal
En la década de los 60, Mario Vargas Llosa leyó a Jean-Paul Sartre y celebró la revolución cubana. Sin embargo, tras descubrir su espíritu autoritario y represivo, se decepcionó de los barbudos y su proceso. El totalitarismo, lo sabemos, es incompatible con la literatura y toda actividad artística y su imprescindible libertad para la creación. Desde entonces, los izquierdistas radicales, cuando no están en huelga y hojean un libro, sólo encuentran placer en autores que apoyan su pensamiento y critican a mansalva al escritor que no milita en su causa y buscan censurarlo donde lo encuentran, suprimiendo el derecho a la divergencia.
Es totalmente injusta esta postura anti Vargas Llosa, porque él hizo mucho más contra las dictaduras militares e ideológicas que los nostálgicos del Che que lo atacan sistemáticamente bajo una triste consigna. Sin ir muy lejos, en la novela Tiempos recios (2019), narra el golpe militar que en 1954 terminó en Guatemala con el gobierno de Jacobo Árbenz, dejando en evidencia la injerencia de Estados Unidos en los países latinoamericanos. Asimismo, en La fiesta del Chivo (2000), relata el asesinato del dictador Rafael Trujillo, un hombre que tuvo el poder absoluto de su país por más de 30 años, en una dictadura “capaz de penetrar en las conciencias y hasta en los sueños de los ciudadanos”.
Treinta y un años antes, en Conversación en La Catedral (1969), nos cuenta con crudeza la corrupción moral y la represión política que vivió el Perú bajo la dictadura de Odría. En su primera novela, La ciudad y los perros (1963), critica la forma de vida castrense, donde se potencian valores como la agresividad y se desfigura la hombría de los muchachos de un internado donde son sometidos y humillados.
Son obras sobresalientes que denotan un singular talento, pero principalmente un trabajo arduo e incansable; relatos intensísimos que denuncian atropellos descomunales a los derechos humanos y a la vez informan e instruyen a los jóvenes de las nuevas generaciones, nacidas en democracia, sobre la difícil vida en tiempos de botas, calabozos y toques de queda, sin jamás olvidar su pasión por el micrófono y sus interminables discursos.
El premio Nobel sostiene que si uno elige la literatura como oficio central en la vida, muy especialmente en Latinoamérica, expondrá inevitablemente su visión política y le lloverán las piedras. La literatura forja individuos críticos con el poder y por eso los gobernantes que buscan conservarlo ad perpetuam quieren controlarla y marginarla en un espacio destinado exclusivamente al entretenimiento inútil. Sin embargo, los libros que contienen cuanto Hemingway llamó “literatura honesta”, siempre han encontrado una forma de mostrar su desacuerdo con el poder político.
Vargas Llosa, en su breve incursión en la política y en su vida intelectual, ha sido un defensor de la libertad amplia del individuo en todas sus dimensiones —política, económica, religiosa—, contrario a la injerencia del Estado que aplasta la iniciativa del ciudadano, y ha manifestado la urgente necesidad de dar combate a la corrupción y las organizaciones terroristas —cuando fue candidato a la presidencia, Sendero Luminoso azotaba al Perú— con armas democráticas, que respeten siempre los derechos humanos.
Además de las novelas mencionadas, yo disfruté mucho de La Guerra del fin del mundo (1981) y El Paraíso en la otra esquina (2003), así como de sus libros de artículos periodísticos, los ensayos sobre la época actual que, en La Civilización del espectáculo (2012), define como “poscultural”, y los estudios sobre autores que le inspiraron admiración (Flaubert, García Márquez, Onetti, Borges, entre otros). Lo leo desde mis 12 años, desde que asistí con gran curiosidad a la conversación que tuvo con mi papá y con María Renée Canelas, el año 1998, en el Palacio Portales.
El pasado 9 de febrero, en la tierra de Flaubert, Victor Hugo, Proust y Balzac, Vargas Llosa ingresó a la Academia Francesa. En su discurso destacó a la novela como elemento consustancial de la democracia y reclamó para ella el reconocimiento decisivo en el pasado y en el futuro de la humanidad. Dijo el inmortal escritor: “La novela salvará a la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá”.
El autor es arquitecto en el Atelier Puro Humo
Columnas de DENNIS LEMA ANDRADE