La invasión extraterrestre
Estuvo muy anecdótico el cuento de que extraterrestres hostiles invadirían la tierra el 23 de marzo de 2023. Un “viajero en el tiempo” “predijo” aquello mediante redes sociales y el rumor se regó como pólvora, además asegurando que la configuración numérica de la fecha mencionada tenía que ver con la “invasión” y que solamente se salvarían unos pocos miles de humanos que serían llevados a “otro” planeta ante la destrucción inminente de la Tierra.
Muchos memes salieron al respecto y fueron la delicia del día por su creatividad e ironía, y en Bolivia hasta lograron desplazar el inútil lloriqueo anual por la demanda marítima. El ingenio popular incluyó mensajes por WhatsApp asegurando que uno había sido “elegido” por los extraterrestres para ser llevado al otro planeta, por supuesto, por una módica suma de dinero para “gastos de traslado”. Y, estoy segura, no debió faltar el crédulo/a creyente en teorías de conspiración y tukuymas que se tragó el cuento y amolló para verse, en un futuro próximo, en Ganímedes o en Vega.
Más allá de reírnos de la tremenda petulancia de un microbio sapiens que cree que puede “predecir” acontecimientos relacionados con el universo y que una azarosa fecha humana importa a alguien más que no sea humano en semejante enormidad, hay un tema más profundo que me hizo pensar este asunto.
Una invasión extraterrestre hostil y destructiva implicaría la desaparición de nuestra cotidianidad tal como la conocemos y vivimos. Imagínense, creo que no importaría mucho si el día de la invasión fuera día laboral o no, el llegar a tiempo al trabajo o llevar a los niños/as a la escuela, los quehaceres de la tarde, las ventas del día, la cena de la noche. En un escenario de invasión extraterrestre nuestra cotidianidad sería completamente alterada.
Pues en muchas partes del mundo no es necesario recurrir a la fértil imaginación y alertar sobre invasiones extraterrestres para percatarse de que la cotidianidad de miles ya fue trastornada. Hoy mismo, parte de la humanidad continúa en cruentas guerras que siembran muerte y luto en la cotidianidad de inocentes que siempre son los que más pagan en guerras ajenas, las guerras son ajenas a todas/os nosotras/os desde el momento en que las libran los poderosos que “casualmente” nunca ponen los muertos/as.
Por otra parte, el terrible terremoto en Turquía ilustra acerca de lo que puede ocurrir en un abrir y cerrar de ojos por un fenómeno natural impredecible e inevitable. En apenas unos segundos tu casa puede estallar en pedazos, tal vez pierdas a los que amas, tu vida penderá de un hilo. Y más aún en países caóticos, desiguales y de débil institucionalidad como Turquía donde muchos/as no contaban con viviendas resistentes a sismos, posiblemente pensando que nunca les ocurriría a ellos/as la desgracia. ¿Qué sería de muchas ciudades de Bolivia en las que se pasan por los huevos cualquier intento de regulación de las construcciones, abundan las edificaciones precarias, los edificios se expanden como hongos y los loteadores son los que mandan?
No obstante, abrigamos el credo de que nuestra cotidianidad continuará tal como está el día de mañana. Esa esperanza, casi ingenua, fue motivo de preocupación para David Hume, uno de los filósofos padres del empirismo y probablemente el más recalcitrante empirista que haya parido la filosofía occidental.
Recordar que el empirismo es la corriente filosófica que asegura que la realidad es externa a nosotros, objetiva, indiferente y que podemos captarla con los sentidos, en palabras sencillas, “ver para creer”. El empirismo dio el método a las ciencias en general, es por eso que cualquier afirmación científica debe ser “demostrada” o “experimentada” a través de datos tangibles y esa exigencia corre para las ciencias duras/naturales y las ciencias humanas/sociales.
Sin embargo, Hume, siendo un completo empirista, se percató de que el método empírico solamente es válido para el presente inmediato que podemos “experimentar”. Al futuro, no lo podemos “experimentar” porque no pasó todavía. ¿Entonces qué nos hace aseverar que el día de mañana salga el sol con normalidad si no podemos “experimentar” y, por tanto, “demostrar” lo que suceda en el futuro? A esa creencia en un futuro que dé tranquila continuidad al presente sin cambiarlo demasiado, Hume la llamó “fe en la invariabilidad de los fenómenos naturales” y le provocó gran angustia, dado que en términos empíricos nada augura que mañana todo siga igual, y no necesariamente será por algo tan remoto como una invasión extraterrestre.
Bien que los/as turcos/as y ucranianos/as lo saben.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA