Tiros en el pie
A orillas del Salar de Uyuni, la presión se ha vuelto una forma de vida.
Comenzó hace más de 20 años, cuando los habitantes de Colchani, una pequeña población ubicada en el camino al Salar de Uyuni, se percataron de que el hombre que construyó el primer hotel de sal, Juan Quesada Valda, estaba recibiendo una gran cantidad de visitantes.
Comenzaron a hostigarle y hasta lograron que el hotel sea demolido. Quesada, “Juanín” para los amigos, no era hombre de rendiciones, así que construyó un nuevo hotel, en la orilla, y lo llamó “Palacio de Sal”.
Hoy, con Juanín ya lejos de este mundo, me entero que aceptó pagar a los dirigentes de Colchani para que le dejen de molestar. Algo parecido pasaba en la Chicago de los años 20 de siglo pasado: los comerciantes pagaban a la gente de Al Capone por una “protección” que no era otra cosa que evitar que sus matones los golpeen. Esas organizaciones tenían un nombre: se llamaban mafias.
Después de tantos años, los cobros se han vuelto algo rutinario en aquella región boliviana, tanto, que los dirigentes lo ven como algo normal y creen sus propias mentiras de que los pagos son “aportes voluntarios”. El bloqueo de Semana Santa a tres de los seis hoteles de sal reveló la situación irregular, e ilegal, que se vive en las orillas del Salar de Uyuni. La vulneración de la ley es constante y se ha hecho norma. El Estado no interviene por alguna razón y no tendría que descartarse una posible complicidad.
El conflicto ya se ha superado, porque los bloqueadores se salieron con la suya. Obligaron a los propietarios a aceptar pagar 30.000 dólares, desembolsables en plazos, y a seguir cancelando una tasa anual que subieron de 8.000 a 10.000 dólares. ¿Qué hace el Estado? ¡nada! El Gobierno, que se autoproclama “revolucionario”, demuestra su vocación liberal al dejar hacer y dejar pasar.
Y mientras los dirigentes de Colchani reciben un dinero que nunca se ganaron, la fama de nuestro país como lugar inseguro crece. La gente que fue retenida la semana pasada ya ha contado su mala experiencia y comenzó la cancelación de los paquetes turísticos que habían sido contratados con anticipación.
El turismo, la industria sin chimeneas, no termina de despegar en Bolivia por culpa de acciones como la toma de hoteles, extorsiones y amenazas. En una conferencia de prensa, el martes, un vocero del sector turismo dijo que algo similar sucede por el lado de Tiahuanaco.
No estamos fomentando al turismo, que es generador de divisas en países medianamente instruidos, sino que lo destruimos a paso lento, pero seguro. Nos pegamos balazos en los pies y no somos capaces de frenar situaciones ilegales, como la que se vive en el Salar de Uyuni. Así será muy difícil vivir del turismo.
El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA