Medallita de oro
Una ahijada, de esas que te enlaza la religión, me dijo que esta semana venderá su medallita de oro, la que le regalamos el día de su primera comunión, porque quiere ser tan patriota como los diputados que el domingo 23 de abril, aprobaron la ley para vender las reservas en oro y también para comprarlo.
Me dijo que el ministro de Economía, Marcelo Montenegro, agradeció a “los diputados patriotas que dieron certidumbre al país para que se reconstruya la economía” y que ella quiere estar en la lista de los agradecidos por este ministro.
Le dije que, además, ponga a la venta el diente de oro de su abuelo, el broche de oro de su bisabuela y los faluchos, también del mismo metal, de su otra madrina que los luce cada que hay una entrada del Gran Poder.
Grande fue su alegría, al saber que tiene oro “disponible”, aunque no sabe cuánto le pagarán por todos los “gramitos” que consiga luego de expoliar cajas de joyas y bocas ajenas.
Recordamos juntas que, a inicios de 2023, el presidente de Plurilandia dijo que teníamos la economía blindada y que nuestro crecimiento económico sería tan bueno que para agosto tendríamos el doble aguinaldo, ya que superaríamos el crecimiento del producto interno bruto (PIB) en más del 4,5%.
Incluso le conté que algunos organismos internacionales se mostraron optimistas. En enero de 2023, el Banco Mundial había elevado su pronóstico del PIB boliviano a 3,1%, pero en marzo, leyendo un poco mejor los descalabros de la economía nacional, previó que la economía de Bolivia crecerá un 2,7%.
Sea como fuere, el caso es que, en estos 15 años, los que mal manejan “Mordor State”, malgastaron el dinero de los bolivianos, lo que me hace pensar que los políticos no harán un buen uso del dinero que obtengan comprando oro y vendiendo el que tenemos en reserva en el Banco Central.
Quién creó esta economía social, comunitaria y andina —bien mercadeada y vendida a quienes creen en falsas utopías neosocialistas— disimula que se trata en verdad de un modelo basado en el gasto y en la explotación de los recursos naturales.
Entonces, analizando mejor el asunto, le comenté que es mejor disminuir el gasto público. Que los mandamases de turno dejen de pagar con nuestros impuestos a tanto llunku y a 500.000 empleados públicos que viven del Estado. Lección de economía básica: gasta menos de lo que ganas.
Por eso no queremos que se vendan las joyas de la abuela, porque no queremos que terminen fundidas en lingotes para las bóvedas del BCB, bajo la premisa del “vivir bien” de unos cuántos. Aunque pensándolo bien, ya fundieron la economía formal a plan de hacer la vista gorda a los autos chutos y al contrabando. Moraleja: no todo lo que brilla es oro.
La autora es periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER