Ignorancia, llunk’erío, mala fe o todo eso junto
El jueves antepasado, en una entrevista radial, un analista económico cuyo nombre no llegué a captar, partió “descalificando a las calificadoras” que han reducido la calificación de riesgo de Bolivia. Lamentó que las calificadoras, azuzadas por el capitalismo norteamericano, se ensañen contra una economía —la boliviana—, pero se hagan de la vista gorda sobre el “inminente default de la economía estadounidense.
Repitiendo la “ironía” del default norteamericano cada 30 segundos, inició un largo monólogo detallando y ensalzando las políticas del Gobierno, destacándolas como un ejemplo de gran creatividad en el manejo económico porque, las medidas, salían del libreto de las “recetas de texto” que promovía la economía neoliberal.
Quien conducía la entrevista remarcaba los títulos académicos del entrevistado antes de cada pregunta, pero el analista mostró supina ignorancia al confundir el “techo de deuda legislativo” que establece cada año el Congreso de EEUU con el presupuesto público del Gobierno, con una situación de cesación de pagos (default) de un Estado ante sus acreedores internacionales.
Primero, ningún Estado que emita moneda soberana puede caer en insolvencia para honrar deudas denominadas en esa moneda: EEUU solo tienen deudas en “sus” dólares, y puede, en principio, inundar al mundo con verdes para saldar cualquier deuda. Segundo, el Congreso estadounidense fija el “techo legislativo” que establece el monto máximo del crédito que el Tesoro (Treasury, responsable de “imprimir los billetes”) puede otorgar a la Reserva Federal (el “banco central” de EEUU) para ejecutar el presupuesto aprobado. Aprobar una enmienda para subir el techo de esa “deuda” en una gestión, puede pasar como una acción desapercibida, o desatar una ch’ampa guerra entre demócratas y republicamos que ocupe titulares durante varias semanas. Son legendarias las crisis de la deuda de 1995, 1996, 2011 y 2013; en esta última, Barak Obama llegó a suspender temporalmente la vigencia del techo legislativo.
En los textos de Economía 101 se explican las relaciones entre el FED y el Tesoro. Basta entrar a Wikipedia para entender “en facilito” lo que es el techo legislativo. La explicación de las sandeces que dijo el analista podría ser su ignorancia, pero, dado el tema, podría más bien ser llunk’erío que muestra una zalamera deshonestidad intelectual para adornar “con un toque académico” las burdas explicaciones buscando maquillar las causas de las bajas calificaciones a los papeles de la deuda boliviana.
En la noche del mismo día, en el foro organizado por la UMSA (“El Modelo Económico Social Comunitario Productivo, ¿en crisis?”), otro economista docente que participó como expositor, repitió —con las mismas palabras— toda la línea discursiva que escuché en la entrevista radial. Y, por si fuera poco, sin rastro de honestidad intelectual ni de ética profesional ante un par de centenares de profesionales y estudiantes en el paraninfo universitario, no tuvo reparos en insistir en torpezas como que, desde 2006, el PIB se había multiplicado por cuatro, pese a los datos y las evidencias ofrecidas por los otros tres expositores.
El discurso común del analista y del docente sugiere, como tercera posibilidad, que ambos serían voceros de una misma campaña comunicacional (un triste rol para un docente universitario) de manera que, desacreditar las calificadoras de riesgo y toda opinión técnica en contrario al modelo vigente, sean parte de una estrategia deliberada, motivada políticamente, para ocultar a la ciudadanía la realidad de la situación económica y las causas que la llevaron a esa situación.
En las sociedades democráticas, cada cuatro o cinco años, nuevos Gobiernos se hacen cargo de la “cosa pública” y actúan para corregir o profundizar las acciones de sus predecesores. Las líneas de acción se deciden con base en la realidad y, si bien la orientación política incide, rara vez induce un descalabro económico, social o político total. Por ello, es muy poco frecuente conocer al autor o responsable de un problema que se podría haber gestado 10 años antes.
Pero, tras controlar el gobierno por casi una generación, si el MAS insiste en el manejo del Estado excluyendo toda visión alternativa y con acciones discrecionales guiadas solo por intereses políticos, vivirá una inédita experiencia en Bolivia: enfrentar las consecuencias de sus errores, sin posibilidad de transferir o de compartir las responsabilidades.
A estas alturas, buscar ocultar la realidad por ignorancia, llunk’erío, mala fe, o todas juntas, solo acentuará la magnitud del daño. Urge desplegar una actitud madura en toda la sociedad para estudiar, entender y enfrentar la compleja realidad; las soluciones estructurales no pasan por la industrialización con sustitución de importaciones, por la agenda del litio, por mantener el tipo de cambio fijo, ni, menos, por controlar la pestilente justicia: lo primero es construir una institucionalidad básica “pro producción, con empleo digno y equidad”, sin importar el color del gato, pero con claros objetivos de desarrollo, priorizados siguiendo una ruta crítica.
Persistir en la negación implicará cargar toda la responsabilidad; abrir los espacios de reflexión poniendo primero a la gente —no como discurso sino como guía conceptual— es la condición necesaria para generar y aplicar una agenda urgente, realista y compartida de desarrollo, sin exclusiones, pero con una conducción esencialmente meritocrática.
El autor, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo
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