Hasta vernos Adelita
Adela Copa, siempre fuiste “la Adelita” para nosotros, ¿verdad? Por la suavidad de tu tono afectivo y de tu temperamento. ¡Ay, Adelita! Mujer indígena nacida y crecida en la comunidad de Opoco del municipio de Tomave, a poco más de 65 kilómetros de Uyuni, en la provincia Quijarro del departamento de Potosí. Sí, tu estilo no cambió según constaté en nuestras últimas conversaciones por WhatsApp, en 2019 y 2020, y como se aprecia en los vídeos donde apareces, inundando las redes sociales desde que tu corazón se detuvo para siempre, el pasado jueves 18. Muy pronto, Adelita, antes de que cumplieras 55 años.
Recuerdo claramente cuando Edith Velásquez (QEPD), abogada en Investigación Social y Asesoramiento Legal Potosí (Isalp), amiga común, tuvo la ocurrencia de contactarnos hace más de 20 años. Lo hizo en tan buena hora que las tres salimos ganando. Tú cumpliste la meta de trasladarte con tu hijito desde tu pueblo natal a la capital del departamento, buscando mejores oportunidades de vida por las carencias históricas del mundo rural frente al urbano.
Por la mía, desde entonces y por ocho años conté con una de las mejores trabajadoras asalariadas del hogar que se puede aspirar, competente y digna de confianza en el desarrollo de una labor sin la cual ser decana de la facultad de derecho de la Universidad Autónoma Tomás Frías y prefecta del departamento habría significado un sacrificio enorme para mi madre anciana y mis hijos todavía niños por entonces.
Finalmente, Edith encontró a la incansable organizadora del sindicato de ese sector laboral femenino en la ciudad, que había estado buscando largamente.
El acuerdo tuvo dos condiciones. Una la puso Edith: que el contrato laboral fuera bajo la modalidad “cama adentro”, garantizando tu vivienda y la de tu pequeño. La otra la puse yo cuando supe que sólo habías cursado la primaria: que vayas al colegio hasta acabar el bachillerato. Te resistías. Pensabas que cinco cursos eran suficientes y temías fracasar en el estudio después de tanto tiempo de haberlo abandonado. No cedí, y llegaste a la meta y más: al año te habrías graduado por excelencia en ciencias de la comunicación.
Acabaste el bachillerato regular, no en CEMA, preferiste el desafío completo. Una anécdota interesante fue tu reacción al pasar clases de quechua por primera vez. Siendo esa tu lengua materna, al volver de clases me dijiste completamente azorada, en tono irónico y crítico: “Ahora resulta que no sé quechua. Qué será eso”.
Eras tan responsable Adelita, tan entregada a tus compromisos… Sin límite en el sacrifico. Tengo grabados tus relatos sobre las condiciones de tu trabajo en aquel internado de tu comunidad, levantándote antes que el sol para cocinar y no parar hasta servir la comida, recoger, lavar y guardar los trastos. Recuerdo tu voz quebrada y tus ojos húmedos al hablar. Tampoco olvido que las tardes de todos los domingos, ese día libre semanal, ibas a las reuniones del sindicato, renunciando al descanso en nombre de tu causa social.
Soy testigo de tu entrega al cuidado, manutención y educación del único hijo que tuviste, sin haber jamás contado con el apoyo paterno ni haberlo buscado. Con ese pedazo de tus entrañas formaste una familia en el sentido más pleno: comunidad de afecto y solidaridad, para siempre.
Asumiste retos importantes como la fundación de la Federación Nacional de las Trabajadoras del Hogar de Bolivia (Fenatrahob) —organismo que impulsó la Ley 2450 de Regularización del Trabajo Asalariado del Hogar—, siendo su primera secretaria de relaciones. Y sí, hasta allí eras también única, al no haberte servido de tal función para ningún interés personal, seguiste marcando la diferencia Adelita. Tuve que convencerte para aceptar ser incluida en cuarto lugar en la candidatura para la asamblea constituyente del Movimiento Originario Popular (MOP).
No logramos los votos suficientes y quedaste fuera, tal vez enhorabuena porque para entonces me compartías compungida tu decepción del “proceso de cambio” y decías que todo era una mentira. Es que siempre fuiste una persona de pensamiento independiente que jamás delegabas a terceros la tarea de formar criterio sobre la realidad.
Al separarnos cuando tomaste tu camino por cuenta propia, ya habías edificado tu casa y tu hijo era universitario. ¡Qué alegría sentí al oírte, en 2019, cuando me llamaste para concertar una entrevista para radio ACLO! Fue una charla entre dos mujeres, distintas y, sin embargo, parecidas.
Tu partida tan prematura ha dejado pendiente tu visita a Tarija, las charlas tomando café para volver a hacernos confidencias, llorar y reír recordando tantas cosas y, quien sabe, descubrir desafíos que nos lleven a recorrer juntas los caminos. En medio quedó también la posibilidad de un contacto real con mis alumnas para que vean, en vivo y directo, una muestra de verdadera emancipación femenina, destello disipador de las brumas propiciadoras de la manipulación.
Lo que no cancela tu muerte es mi esperanza de volver a encontrarte. ¡Hasta vernos, Adelita!
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