Las cosas de nuestro tiempo
Me llamó la atención que en nuestro medio alguna gente hable con cierta frecuencia sobre el pobre Franz Kafka, “pobre” porque este personaje superior, fuente inacabada de “fantasías realistas” y destructor idílico del abominable orden público civilizado, jamás iría a pensar que algún día estaría en la lengua de quienes no tienen idea de quién fue y qué escribió. Este maltrato inferido a Kafka es peor que la ingratitud o el olvido.
Accidentalmente, en un lugar público advertí desde prudente distancia que en una rueda de amigos y amigas resonaban estruendosas carcajadas escuchándose el nombre “Kafka”, me llamó la atención que gente tan de nuestro tiempo, del celular y de la computadora mal empleada, emitiera tal nombre y venciendo mi impenitente introversión me aproximé lo más que pude para fisgonear sobre el tema de la conversación y mi confusión creció al escuchar que comentaban sobre una “salteñería” y una tienda de modas femeninas y que ambas se denominaban “Kafka”.
Casi me atraganto y recobrando serenidad recordé que estamos en la era digital, tiempo actual en el que casi todo lo bueno o malo del pasado se está olvidando y lo poco que va quedando no está en la mente sino en la boca de la gente.
Me acordé de que la tecnología y la robotización están borrando la historia, de ahí que la mención de Kafka entre amigos había estado sirviendo sólo para comentar entusiastamente sobre la exquisitez de la salteña y de la belleza de la lencería, de los zapatos de tacón alto y de la blusa de última moda.
¡Pobre Kafka!, pero más pobres los que en nuestro tiempo tienen conciencia, memoria y aguante para escuchar tanto disparate y si alguien duda de la existencia de tanto basural que prenda el televisor y si ni así cree, que vea a los transeúntes prendidos del infaltable celular.
¡Pobre Kafka!, pero más pobres los pobres escolares y colegiales a los que con tanta estulticia se les quiere encajar la robótica para rematar su condición existencial de robots perfectos.
Pero Kafka no padeció como nosotros de este tormento y hoy sus relatos quedan cortos ante el horror de esta “nueva normalidad”. Todo esto parece kafkiano, tan parecido a una pesadilla.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA