Medio ambiente, moda y precarización
Múltiples anuncios marcaron el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente. En Bolivia, desde las instituciones estatales, se instó a la limpieza de los espacios públicos y se realizó uno que otro acto, en alusión al cuidado del medio ambiente, oportunidad que sirvió para que se promueva, discursivamente, la reforestación, el reciclaje, el cuidado del agua y el aire, como el horizonte de las prácticas ciudadanas.
Hablar del medio ambiente, de su deterioro y de las maneras de cómo encarar posibles soluciones, no es tarea sencilla. Sin embargo, hay una arista que merece reflexión. Me refiero a un elemento que parecería haberse convertido en una parte fundamental de nuestras vidas y que, sin duda, tiene un gran costo ambiental y social, me refiero a la moda en el vestir.
La Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, por sus siglas en inglés) advierte que la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, debido a su dependencia de materiales sintéticos, productos químicos, tóxicos y procesos de producción insostenibles. Es responsable del 8% de gases invernaderos y del 20% de desperdicio de agua a nivel mundial (entre muchos otros daños más). Se estima que para el año 2050, podría ser responsable de más del 26% de la producción global de carbono, una cifra que se torna alarmante, sobre todo porque asistimos al modelo dominante de la fast fashion o “moda rápida”.
La sobreproducción, el sobreconsumo de la ropa y la tendencia de usar y descartar no solo están generando un daño ambiental irreparable, sino que está profundizando la precariedad laboral, principalmente en las mujeres trabajadoras de la industria de la moda.
El trabajo de la costura y de la confección de ropa es un oficio históricamente feminizado, precarizado e invisibilizado por estar relacionado con el trabajo doméstico. Esta es una de las razones que explica por qué las mujeres son las que ocupan mayor espacio laboral en la confección y producción de ropa (cerca del 80% de mujeres entre 18 y 45 años trabaja en la industria textil), sin embargo, se trata de un trabajo caracterizado por la informalidad, la explotación, la clandestinidad, la discriminación étnica y la violencia de género.
Las historias de mujeres bolivianas que desarrollan su trabajo en los talleres de costura en países como Argentina, Brasil o Chile, nos son familiares y son evidencias cercanas de precariedad laboral y de injusticia social que nos invitan a (re)pensar las formas en las que se consume la ropa. Es momento de que nuestras prendas hablen de respeto, dignidad y condiciones óptimas laborales para quienes la producen, la apuesta es también promover una industria de moda más transparente, limpia, segura y justa.
Por eso, ante una situación tan cotidiana como es el vestir y ante un día que apuesta por el cuidado ambiental y por qué no, por la justicia social, no está mal preguntarnos: ¿quién hizo mi ropa?, ¿quién paga el precio de mi ropa? ¿qué hay en mi ropa? Y ¿dónde termina mi ropa?
Columnas de DANIELA CARRASCO MICHEL