Orgullo y prejuicio
La antropóloga Margaret Mead realizó trabajo de campo con la tribu de los chambri, en Papúa Nueva Guinea. Allí observó que las mujeres eras las personas poderosas que lideraban dentro sus aldeas. Las mujeres eran las principales proveedoras de alimentos porque pescaban para toda la comunidad. Y los hombres hacían las tareas del hogar, y mostraban mayor sensibilidad en aspectos como el arte y la búsqueda de la belleza. Es decir, cada género asumía conductas que en otras sociedades como la nuestra son atributos que corresponden al género contrario.
Esto nos muestra cómo el grupo, la cultura, determinan las pautas de comportamiento y los roles según el sexo. Es decir, nacer hombre o mujer, ya proyecta una serie de expectativas, hábitos, comportamientos y prejuicios. Existe una mirada binaria donde no caben más posibilidades. Se es hombre o mujer, se vestirá de azul o rosado. Jugará al fútbol o a las muñecas. Será el proveedor de la casa o será quien se quede en el hogar realizando las labores domésticas. Será el valiente macho, o la sensible que llora, etc.
Sin embargo, esta construcción social dicotómica de la sexualidad es desafiada por una realidad variopinta que rompe con la misma. Existen personas homosexuales, bisexuales, transexuales, pansexuales, asexuales, intersexuales, etc. que se encuentran al margen de los parámetros normativizados. Y que luchan por sus derechos y el reconocimiento a la diferencia, promueven la igualdad y visibilizan sus demandas. Para esta comunidad, el 28 de junio es el día del orgullo LGBTI+ en conmemoración de los disturbios producidos en 1969 en Nueva York, en el bar gay Stonewall. En ese tiempo la homosexualidad era ilegal en aquel país, y la fuerza del orden era la encargada de ejecutar redadas y persecuciones policiales. Los disturbios de Stonewall marcaron el hito del inicio del movimiento por los derechos civiles de los homosexuales y fueron el fermento del movimiento por la igualdad.
El hecho de denominar el 28 de junio como “día del orgullo”, es una respuesta política, en una sociedad que educa para avergonzarse y tener miedo de la identidad que cada uno posee. En esta frase se halla el sentir de toda una comunidad perseguida y discriminada por un sistema y un orden político y cultural basado en binomios que excluyen y que dificultan llegar a la tolerancia y la aceptación. La comunidad de la diversidad sexual lucha contra gigantes y molinos de viento, pues se estrella contra toda una sociedad prejuiciosa, cuya mirada está errada pues patologiza y encuentra como anormal aquello que sale de determinada normativización. Asimismo, cuestiona a instancias como la familia, las iglesias y el Estado que reproducen la tradición y promueven un patrón de conducta heterosexual que no da cabida a otras posibilidades de expresión de la sexualidad y del amor.
Debemos estar conscientes de que estamos frente a una problemática de ciudadanía, de derechos y, por tanto, de exigencia democrática por parte de esta comunidad. Para ella es necesario pasar del orgullo a la acción política. En el continente latinoamericano apenas siete países han reconocido el matrimonio entre personas del mismo sexo, y Bolivia reconoció la unión libre. Vivimos un contexto de intolerancia preocupante, que incluso ocasiona asesinatos motivados por la homofobia. Este día, subversivo desde la perspectiva simbólica, la comunidad LGBTI+ marcha como práctica de lucha constante por legitimar su presencia y vencer el miedo ante un modelo sociocultural inflexible respecto de la sexualidad y que incita al odio.
Necesitamos liberar a las escuelas de las marcas de género, de lo contrario los adolescentes atravesarán por situaciones de discriminación e intolerancia en el momento de la definición de su sexualidad. Necesitamos cambiar la cultura librándola de concepciones binarias, excluyentes. Abruma y entristece que personas de la comunidad LGBTI+ deban sufrir por aquello que no está escrito en la tradición. ¡Que flameen en alto, las banderas arcoíris!
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ