Quizá con la ayuda de Kafka
Están sucediendo cosas, estamos haciendo cosas, por algunas de las cuales se lee y escucha airada protesta: chillan las golondrinas, aunque siendo sinceros, aún no hacen verano. Los hechos denunciados se están acumulando como en ningún otro tiempo; son muchos y, como se ve, no son cosas de hoy día, vienen del pasado; aunque para algunos resulta difícilmente explicable, para otros es simplemente que se han corrido las cortinas, permitiendo ver las escenas nítidas, y algunos pocos actores, solamente algunos, (muchos siguen entre bambalinas) de una obra cuya versión ha sido corregida y mejorada.
Todo esto es producto de cuanto somos, porque así somos, y suena extraño quizá preguntarse: ¿estoy dormido o despierto?, parece ser un mal sueño pues yo estudié 12 años con esa comunidad religiosa, no pasó ni escuché al respecto: cómo pudo ser, ¡no! es absurdo; sin embargo hay nombres, apellidos y alias, de gente denunciada por pederastia. Por experiencia propia, o referencia cercana, sabemos y conocemos eso de ganar los pleitos monetizando sentencias ¡vaya si no lo sabremos!
Rasgándonos las vestiduras estamos cuando su explicación no deja dudas ¡es que ya se pasaron! (casi media tonelada de droga en avión, un ministro que se enriquece, patadas y puñetes entre militantes y honorables) ¡es que ya es mucho! Como si hubiera límites susceptibles de aceptarse.
Son más de veinte mil hectáreas de sembradío de coca que no se mastica, eso no es nuevo; una vez al año mandan a los soldados para erradicar. Por qué entonces ahora un nuevo escándalo martiriza nuestra atención.
Que venga Kafka y ayude a responder cómo se debe entender lo imposible...
La gobernanza actual es sólida, con el respaldo de las Fuerzas Armadas, la Central Obrera Boliviana y varios cientos de miles de incondicionales —empleados públicos y sus familias— y otros miles que detestan al neoliberalismo, constituyen una masa crítica suficiente para sostener el estado actual de las cosas. Aclarando que augurios no son deseos. En todo contexto es común el no te quiero tanto, pero a este otro lo odio, y en política es moneda de uso corriente.
En ninguna de las riberas estamos todos, y aprovechamos las aguas del río según sea nuestra necesidad, “velando siempre por los intereses del pueblo, —o de las mayorías”, suena mejor para la demagogia.
Estamos recordando a Paulovich y sus sátiras políticas que después de entender al ser boliviano, o no haberlo entendido al fin, publicó su libro Bolivia: Typical país, donde abundan las paradojas, y los extremos inverosímiles, configurando su forma de ser, y por tanto de hacer. Tampoco resulta extraño el dicho: ¿quién entiende a este país? Hay pues varias vertientes para explicar lo que está sucediendo, lejos estamos de justificar.
De trucos y trampas no somos aprendices, al punto que un europeo inocente se cuestionó diciendo: no parecen un país en vías de desarrollo, les sobra iniciativa para encarar. O, como lo dice el ciudadano: “no se nos escapa nada”.
Es visible la incomodidad social, el colectivo está indigestado, llegó mucho en corto tiempo, desde las travesuras de un banco, pasando por la pederastia, cifras récord en la lucha antidrogas, coca excedentaria que nadie mastica, puñetes y golpizas; qué nadie diga que es cartelera de estrenos, son “reprís” con versión mejorada, pero de tal manera compleja, que está provocando zozobra, y hasta opresión típica de una situación kafkiana.
La buena noticia —alguna tiene que haber— es que está en manos de los propios ciudadanos resolver la situación, teniendo mucho esmero y cuidado para vencer, tendrán dificultades con el árbitro (la justicia) a punto de ser renovada por el voto universal, será un punto de inflexión oportuno para corregir al “proceso de cambio” aquejado de muchos traumas. Ya maltrecho, convulsionando, aunque con suficiente inercia para imponerse en el próximo sufragio.
El autor es periodista
Columnas de MARIO MALPARTIDA