Consideraciones para el desarrollo urbano
Cochabamba no cuenta con un plan regulador metropolitano; tampoco existe un modelo de crecimiento urbano, lo que hace evidente la urgencia de disponer de un instrumento que incorpore proyectos de desarrollo y programas urbanísticos en su región metropolitana, y sea capaz de permitir un ordenamiento interno oportuno que satisfaga las demandas de los habitantes, y otro externo que la posicione como entorno organizado vinculado con otros aspectos de desarrollo regional.
Por tanto, es preciso contar con políticas públicas, independiente de intereses de orden político, que promuevan un tratamiento urbano regulado, eficiente y emergente de una realidad, contemplando algunas consideraciones para su operativización.
Un primer aspecto se refiere a la densificación que, como recurso maximizado de ordenamiento de espacios potencialmente residenciales y respuesta al crecimiento desordenado de las ciudades, no necesariamente expresa la demanda del mercado, sino solo la economía pujante de algunos sectores sociales. El fenómeno de explosión inmobiliaria —principalmente de crecimiento vertical— no depende de la escasez de suelo urbanizado, ni tampoco del índice de crecimiento poblacional que es relativamente bajo en la mayoría de los municipios del país.
Por tanto, la densificación no es producto de una necesidad: emerge de una bonanza económica temporal y sectorizada que saturó la expectativa de usuarios, desarrolladores, e instituciones. No obstante, esta burbuja especulativa en el mercado de bienes inmuebles —que afectó el valor de la construcción al influir en el volumen construido— no logró satisfacer las necesidades básicas, las cuales incluso aún no fueron resueltas (en la mayor parte de los otros sectores), destacando ausencia de desarrollo urbano, visible en la proliferación de barrios informales con infraestructura y conectividad vial pésimas, inadecuados modos de transporte público, y precariedad de servicios básicos. Así, es urgente un modelo conceptual que destaque iniciativas de desarrollo urbano integral con expectativa interna y externa, las mismas que podrían ser sugeridas desde la academia y sus procesos ser administrados por la gestión pública.
Una segunda consideración se vincula con los planes reguladores como solución absoluta: ¿Es posible mejorar toda la problemática urbana con instrumentos adecuados? Por supuesto que sí; pero además se requiere conciencia ciudadana, de toda la sociedad civil —sus instituciones, agentes económicos, organizaciones sociales y academia— para poder coordinar y consensuar periodos (quinquenios, por ejemplo) de crecimiento regulado, obviamente inscritos en instrumentos de planificación.
No es conveniente retornar al libre albedrío del proceso desarrollista de los años 70 que no aporta de manera positiva a la configuración socioespacial de la ciudad. Nuevos instrumentos con disposiciones jurídico-normativas permitirían regular el ordenamiento territorial como parte del desarrollo urbano, desde un enfoque multidimensional, con objetivos de mediano y largo plazo concertando una visión colectiva y el manejo racional de los recursos, apuntando a mejorar las actuales condiciones de calidad de vida.
Un tercer componente importante de destacar en el análisis representa la movilidad urbana. La nueva economía, las políticas de inclusión y el desarrollo natural de las ciudades permitieron integrar a los citadinos de las zonas norte y sur en los mismos espacios públicos que oferta la ciudad. El hecho de que no se supo asumir y utilizar la movilidad urbana de manera eficientemente para lograr la cohesión, es motivo de otro análisis, que no se respalde su cuidado es otro tema. Sin embargo, se produjo una movilidad urbana de diferentes sectores físicos en el afán de compartir equipamientos, áreas verdes, espacios públicos que hace algunos años atrás, eran exclusivos de algunos sectores socioeconómicos.
La cuarta consideración se refiere a la ocupación del centro patrimonial, donde ya es posible apreciar de alguna manera la cesión del espacio urbano y la ocupación de barrios antiguos y tradicionales por parte de nuevos y elitistas estratos aburguesados que monopolizan sectores, e inician paulatinamente el concepto de gentrificación.
Se producen problemas de alteración patrimonial y paisajística de estos espacios, a la vez que promueven el surgimiento de nuevos barrios informales, producto del desplazamiento de los ocupantes originales, que, sin cambiar el espacio social, lo expanden a otros espacios periféricos. La presencia de una nueva actitud de apropiación del espacio central está transformando también su representación y su morfología, cambiando la identidad y el uso patrimonial de un centro histórico, priorizando actividades de intermediación.
Finalmente, puede mencionarse como quinta consideración, que Cochabamba, es una ciudad netamente prestadora de servicios. Su tradición de ciudad y región generadora de productos agrícolas, además de su denominación anterior de ciudad jardín, son aspectos que refuerzan la autoestima de sus habitantes. Seguirá siendo una ciudad desarrolladora de comercio y servicios, una ciudad de economía terciaria propicia para un desarrollo individual, máximo sectorial, pero nunca de colectividad, para autosatisfacer sus necesidades y demandas propias de la sectorialización y, por tanto, lejana del proceso de desarrollo de otras dos de las ciudades que le anteceden, como son Santa Cruz y La Paz.
Depende cómo y cuándo la sociedad pueda demandar de manera consciente, efectiva y real, la necesidad de cambiar sus hábitos de comportamiento cotidiano y pensar en vivir con las cualidades que brinda cualquier otra ciudad latinoamericana.
Ese cambio proporcionaría capacidades y hábitos para vivir la ciudad al visitar el extranjero y, a la inversa, cuando vengan a visitarnos, podríamos ofrecer al foráneo los mismos atributos urbanísticos a los que están acostumbrados. Lograría también el manejo de equipamientos modernos y adecuados a los hábitos de consumo internacional, además de espacios públicos, transporte público eficiente y una actitud respetuosa —de conductores, ciclistas y peatones— de los reglamentos impuestos con el fin de garantizar a todos el disfrute de la ciudad.
De no prestar atención a este proceso de ordenamiento, y no contar con instrumentos normativos y reguladores, nos veremos en breve con una población sobreexpuesta a mayor caos aún en cuanto al crecimiento de sus necesidades y desatención de la satisfacción de sus expectativas.
Columnas de MARKO QUIROGA BERAZAÍN